¿Qué
pensaría usted si para acceder a estudios universitarios de gran
demanda en su país se tuvieran en cuenta las calificaciones obtenidas en
una materia confesional cuyo currículo es determinado por autoridades
religiosas que son también las encargadas de designar a quienes la
enseñan? ¿Qué pensaría usted si más de un 10 % de la calificación media
del bachillerato pudiera depender de tales enseñanzas?
Seguramente
pensaría que toda la parafernalia meritocrática que caracteriza a ese
rito de paso que llamamos EvBAU (con sus notas de corte de tres
decimales y con sus exámenes masivos en tiempos pandémicos) no deja de
ser hasta cierto punto un simulacro si para entrar en el grado de
Medicina o en los dobles grados más demandados puede resultar más recomendable cursar la materia de religión
en bachillerato que esforzarse por arañar unas décimas en la dichosa
prueba.
¿Y qué pensaría usted si en su país la materia de
Religión no hubiera existido nunca en 2º de bachillerato ni en el COU
(ni siquiera en la época anterior a los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede)
pero deba existir en el curso 2020-2021 porque el Tribunal Supremo ha
obligado a las Comunidades Autónomas a incluirla en sus currículos?
Seguramente
no se creería que algo así haya podido suceder porque, aunque sepa que
su país es bastante menos laico que Francia, nunca habría pensado que en
la tercera década del siglo XXI las enseñanzas de religión tendrán más
valor para entrar en la universidad española del que tenían antes de
1978. Antes de que se aprobara la Constitución y antes de que se
firmaran los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede que
supuestamente obligan ahora (pero no en los cuarenta años anteriores) a
incluir las enseñanzas de religión en el último curso del bachillerato.
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