(Publicado en Cuadernos de Pedagogía el 6 de mayo de 2025)
Todo ello afecta también a los docentes ya que, por muy ricos y variados que sean los instrumentos y referentes de evaluación y por muy refinada que sea la forma en que traducen a una expresión numérica, lo cierto es que la calificación final de cada materia se ha de sintetizar en un número entero y ello plantea algunos problemas. Por ejemplo, si en el cálculo de la nota final un alumno obtiene un 7,6 y otro un 8,4 es posible que ambos acaben siendo calificados con un 8 a pesar de que su evaluación efectiva se distancia en casi un punto. Esto hace que las calificaciones finales puedan estar afectadas por cierto grado de incertidumbre ya que ese efecto puede beneficiar a unos (si han tenido más redondeos al alza en sus materias) y perjudicar a otros (si sus redondeos han sido en mayor medida a la baja). Esta incertidumbre se convierte en sesgo si quien evalúa, en lugar de hacer ese redondeo, decide truncar todas sus calificaciones al entero inferior o, por el contrario, decide elevarlas todas al entero superior.
En países como Portugal, donde las calificaciones van del 0 al 20, esas incertidumbres son menores, pero la escala española genera imprecisiones significativas que solo pueden reducirse si en las juntas de evaluación final se dedica mucha atención a la forma en que se adoptan las decisiones finales sobre las calificaciones del alumnado