(Publicado en Escuela el 21 de abril de 2020)
Es el tabú del momento. Según algunos, España no
debería cometer el error de Italia. Podemos avanzar o no en las materias.
Considerar el trabajo escolar realizado hasta marzo o también el del
confinamiento doméstico. Estar todo el día en Teams o trabajar con Moodle.
Llenar los redes de videos de profesores que cantan desde sus casas o de
familias que se quejan por los deberes... Todo eso puede ser. Pero lo que, según algunos, no nos
podemos permitir es que todos pasen de curso. Esa es la letanía: que nada
justifica (ni siquiera ahora) que se dé un aprobado general.
Darlo, otorgarlo, concederlo... Porque aprobar parece
una potestad discrecional de los docentes. Y también un fruto que solo deben
alcanzar los que se lo merecen. Sobre lo segundo, sobre la cuestión del
merecimiento (y más en estos tiempos), Sandel tendría mucho que decir. Sobre lo
primero, sobre la potestad de aprobar y de suspender, es fácil desvelar lo
tácito: ese viejo imaginario que concibe la labor evaluadora de modo
principalmente binario.
Y es que el aprobado general parecía simpático cuando
era una concesión del profesor que se jubilaba o de aquel otro que un buen día
le daba por ahí. Pero ahora provoca rechazos por parte de quienes piensan que
en ninguna circunstancia (ni siquiera en esta) es de recibo la posibilidad de
que nadie repita el curso.