En
enero de 1993 el Boletín Oficial del Estado publicaba el currículo de la
primera materia del bachillerato español con una nítida orientación CTS. Se denominaba
precisamente Ciencia, Tecnología y Sociedad y era presentada de este modo:
“La finalidad
central de la materia de Ciencia, Tecnología y Sociedad, consiste en
proporcionar a los estudiantes la ocasión para relacionar conocimientos
procedentes de campos académicos habitualmente separados, un escenario para
reflexionar sobre los fenómenos sociales y las condiciones de la existencia
humana desde la perspectiva de la ciencia y la técnica, así como para analizar
las dimensiones sociales del desarrollo tecnológico. Es pues una materia con
una clara voluntad interdisciplinar, integradora y abierta al tratamiento de
cuestiones -el medio ambiente, los modelos de desarrollo económico y social, la
responsabilidad política y los modelos de control social, etc.- que no están
claramente instalados en una disciplina académica concreta, pero que tienen un
papel decisivo en la vida social.”
Ministerio de
Educación y Ciencia (1993), pp. 2.405-2.406.
25
años después sorprende comprobar lo poco que ha envejecido la pertinencia de aquellos
propósitos y lo mucho que todavía contrastan con las prácticas dominantes en muchas
de nuestras aulas.
Aquella
asignatura, no adscrita a ningún gremio docente sino concebida como un espacio
curricular protegido especialmente propicio para la innovación (Martín
Gordillo, 2012), existió en cientos de institutos españoles durante catorce
cursos y demostró que, más allá de la disciplina de las disciplinas, era
posible enseñar y aprender otras cosas y hacerlo de otras formas. Nuestros casos
simulados CTS (Martín Gordillo, 2006) nacieron en ese fértil contexto y también
comenzó en él ese inmenso banco de materiales didácticos que es hoy el proyecto
iberoamericano Contenedores.