28 de octubre de 2013

Ilusión bilingüe

(Publicado en Escuela el 24 de octubre de 2013)

En pocas cosas hay tanto acuerdo como en la importancia de aprender otras lenguas. La atención al tema es mayor en los últimos tiempos porque esa competencia puede ser determinante para acceder a empleos fuera de nuestro país. La motivación genérica de la comunicación con otras personas se va sustituyendo por la triste asunción de que la diáspora es inevitable y que debemos preparar a nuestros alumnos para ella.   

Tenemos la fortuna de que nuestra lengua sea la segunda con más hablantes nativos en el mundo. Pero algunos creen que el futuro de nuestros jóvenes depende de que dominen la novena, obviando que el potencial de desarrollo de los muchos países que hablan español es muy superior al de los pocos que hablan alemán.

Con los británicos somos los europeos que hablamos las lenguas más importantes del mundo. Un español que domine el inglés o (más improbable) un británico que domine el español tienen una capacidad de comunicación en el mundo superior a cualquier otra combinación de dos lenguas. La tercera más recomendable quizá no sea el alemán (la lengua de ochenta millones de ciudadanos de una Europa en crisis) sino el portugués (la de casi doscientos millones de ciudadanos de una Latinoamérica emergente). El interés de esta lengua es aún más evidente si se considera el esfuerzo requerido para aprenderla y la ventaja que supone dominar las tres grandes lenguas de América cuando aún son pocos los europeos que lo hacen.

Pero no es mi intención reivindicar metafóricamente el ancho de vía ibérico como seña de identidad lingüística. Solo pretendo plantear alguna reflexión sobre la forma en que se está promoviendo el aprendizaje de otras lenguas en España.



Inmersión lingüística y bilingüismo son los mantras que parecen justificar un modelo que se extiende en nuestro sistema educativo sin que haya habido suficiente debate sobre su oportunidad y sus consecuencias.

La primera reflexión para ese debate tendría que ver con la propia eficacia de las secciones bilingües. No está claro que la mejor forma de aprender una lengua extranjera sea usarla como lengua vehicular al enseñar matemáticas, ciencias de la naturaleza o historia de España (¿alguien se imagina a los ingleses, franceses o alemanes aprendiendo en español la geografía y la historia de su país?). La ilusión bilingüe se convierte en simulacro porque solo como parodia semántica cabe imaginar que unas horas a la semana en un par de materias se parecen a la inmersión lingüística de quienes viven en entornos bilingües. Y ello por algo muy simple: el aprendizaje intencional de las lenguas no es igual que su adquisición natural. Obviamente, no merece comentarios la nada inocente idea de que, para mejorar la situación, se contrate a nativos para enseñar materias no lingüísticas.

Otra reflexión, no menos importante, es la de los efectos secundarios de esas secciones bilingües. Su elección por parte de muchas familias tiene un motivo claro: no estar fuera de ellas. Las agrupaciones a que obligan las secciones bilingües tienen un efecto segregador evidente. Y, aunque no hayan leído a Bourdieu, los padres perciben nítidamente la distinción que supone incorporarse a esos grupos y el riesgo que entraña quedar fuera de ellos. Especialmente en aquellos centros en los que la diversidad del alumnado es grande y el número de líneas es pequeño.

Pero la ilusión bilingüe tiene muchos beneficiarios. Cursos de posgrado en las universidades, plazas en el concurso de traslados, oportunidades de empleo interino y un torrente de reducciones horarias, ofertas formativas y acreditaciones justifican que esos proyectos sean muy ilusionantes para muchos docentes de especialidades no lingüisticas. De ahí su rápida extensión.

En un tiempo en el que Justin Bieber, One Direction o Demi Lovato (junto con YouTube, Twitter y WhatsApp) pueden estar haciendo más por el contacto de nuestros adolescentes con el inglés que los profesores de las materias no lingüisticas, debería ser obvio que la mejor manera de aprender inglés y matemáticas no es enseñar matemáticas en inglés. Y el ejemplo no es baladí.

Por desgracia, la costosa ilusión bilingüe está restando atención al propio profesorado de lenguas extranjeras, unos docentes cuyos principales incentivos para formarse en otros países son sus ganas de dedicar a ese fin su dinero y su tiempo de ocio. ¿No sería más eficaz destinar los recursos del bilingüismo institucional a traer más auxiliares de conversación a los centros, a promover más intercambios internacionales y más becas para estancias estivales de los alumnos con menos recursos, a favorecer, en suma, la percepción de que las lenguas extranjeras no son solo materias escolares?

En estos tiempos en que abrir secciones bilingües es una obsesión para las administraciones educativas, conviene que nos preguntemos si esta ilusión bilingüe no será solo un espejismo. O algo peor. Si sus consecuencias segregadoras serán el efecto (no tan) secundario de estas políticas (tan) populares.

2 comentarios:

  1. Profesor Mariano Martín Gordillo: Navegando por la red y buscando más referencias sobre su trabajo en torno a la educación CTS me encontré con este ensayo sobre la ilusión bilingüe. Soy un docente de biología recién egresado que ha cubierto un programa de licenciatura como biólogo de cuatro años, y dos años más en un programa de maestría en docencia de la biología para el bachillerato. Tengo la fortuna de conocer parte de su extenso trabajo y me he especializado en los aspectos de motivación, autorregulación y aprendizaje de la biología en los contextos enriquecidos con TIC. Sin embargo, en mi país, México, la búsqueda de trabajo como docente ha sido infructuosa debido a la alta demanda de profesores de "sciences". Y es que me pasa lo que a muchos compañeros, leo en inglés, incluso escribo, pero no tengo el nivel suficiente para impartir mis clases en dicho idioma. Sucede que a muchas escuelas poco les importa la formación docente y la innovación didáctica que pudiera ofrecerles. Todo está supeditado a la capacidad de impartir las clases de biología, de química o de física en inglés. Aún si no tienes el título ya no digamos de docente, de biólogo, de químico o de físico.

    Este artículo me reconforta porque muy en el fondo, y de acuerdo a mi muy corta experiencia frente al aula, estoy convencido de que los problemas de la educación científica y los retos actuales de la globalización tecnológica van más allá de la impartición de materias en un idioma no materno. Tengo incluso hasta argumentos que me permitirían cuestionarla desde un punto de vista didáctico y motivacional.

    Muchas gracias por sus ideas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu comentario, Alejandro. Está claro que la ilusión bilingüe no es solo un fenómeno español. Y que, como señalas, puede estar postergando otras cuestiones muy importantes.

      Mariano

      Eliminar