29 de abril de 2023

De la escuela confinada a la superinteligencia liberada

   (Publicado en Cuadernos de Pedagogía el 26 de abril de 2023)

Hace casi diez años de la publicación de Superinteligencia, aquel inquietante ensayo de Nick Bostrom que se situaba entre la prospectiva y la advertencia ante los riesgos de un futuro que muchos aún consideraban remoto. La liberación del ChatGPT ha hecho que ese libro se haya convertido, en cierto modo, en premonitorio. Así que los pesimistas piensan que se está confirmando la salida del genio (maligno) de la lámpara de Aladino digital, mientras que los optimistas juegan confiados a tenderle trampas a este nuevo conversador virtual.

Las cosas han cambiado mucho en poco tiempo. Hace solo tres años la pandemia vació las aulas y, aunque entonces no se hablaba tanto de inteligencia artificial, los discursos educativos acentuaron las querencias tecnófilas, convirtiendo casi en sinónimos la innovación educativa y la inversión en TIC. El año 2020 fue el de las teleclases y las telerreuniones, y, con ellas, el del advenimiento paroxístico de unas nuevas formas de interacción entre los docentes de la mano de Microsoft Teams (o análogos). Todo eso ha dejado huella en los centros y, aunque la nueva ley educativa ha hecho que se hable bastante de situaciones de aprendizaje, el destino principal de estas no está siendo cambiar significativamente la cotidianidad de los centros sino, quizá, quedar sepultadas entre las logomaquias de moda en las programaciones docentes.

Lo cierto es que, para muchos alumnos, las experiencias más relevantes sobre situaciones de aprendizaje se siguen reduciendo a tres: el examen de evaluación, el de recuperación y el de repesca (o subir nota) a final de curso. Por lo demás, el campeonismo condiciona cada vez más nuestro sistema educativo con esa prueba de acceso a la universidad que, convertida en rito de paso y causa final de casi todo, hace tan estresante el mermado tiempo lectivo de 2º de bachillerato, a mayor gloria del ideal meritocrático.

Y es que quizá no se esté entendiendo bien el calado y los efectos que tendrá la interacción entre la inteligencia artificial y el modelo asignaturesco dominante en nuestro sistema educativo, ni el papel teleológico que los exámenes siguen teniendo en él. De hecho, es poco probable que estos pierdan su primacía como forma mayoritaria de evaluación, pero sí lo es que las producciones creativas y colaborativas de los alumnos queden bajo sospecha como elementos evaluables. En este sentido, la inteligencia artificial puede convertirse en la coartada para un repliegue, aún mayor, hacia las prácticas más tradicionales (por ejemplo, los exámenes orales y los trabajos a mano) que serían, para algunos docentes, un agónico refugio ante el uso del ChatGPT (y lo que venga) por parte de unos alumnos a los que, hasta ahora, nuestro sistema educativo ha enseñado más a querer aprobar que a querer aprender.

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