(Publicado en Escuela el 20 de junio de 2013)
Para Sergio sí. En primero de bachillerato ha aprobado el doble de lo que ha suspendido, pero no puede pasar a segundo. Tiene que dedicar un año completo a tres materias.
El jefe de estudios está harto de ver casos como el de Sergio. Muchos acaban abandonando el bachillerato. Este año quiere que las cosas cambien. Así que a los alumnos que están en esa situación les ha propuesto un plan. En lugar de animarles a que repitan también las materias que han aprobado, como hacía hasta ahora, les propone que desde septiembre dediquen todo su tiempo a esas tres materias para intentar aprobarlas en diciembre. En cada una de ellas tendrán un plan de trabajo intensivo con una evaluación intermedia en noviembre. Si las aprueban, se podrán incorporar en enero a las materias de segundo (o a parte de ellas, si les sigue quedando alguna de primero).
Sergio sabe que las materias de primero que apruebe en diciembre no se podrán calificar oficialmente hasta junio y que su matricula efectiva de segundo será al año siguiente, pero está muy animado con la propuesta. Piensa que lo que aprenda desde enero le facilitará aprobar segundo al año siguiente. Así que ha aceptado con mucho interés el plan del jefe de estudios. Si trabaja bien, en navidad dejará de ser un repetidor y volverá a estar con los compañeros de su edad.
La idea del jefe de estudios es ofrecer un plan de ese tipo a todos los alumnos de bachillerato que tienen materias pendientes del curso anterior: los de primero que repiten con solo tres o cuatro materias como Sergio, los de segundo que tienen una o dos materias pendientes de primero y también los que repiten algunas materias sueltas de segundo (que así podrán dedicarse desde enero solo a aquellas de las que se examinarán en la PAU). Su plan podría llegar al veinte por ciento del alumnado de bachillerato. La idea es incentivar desde septiembre la tenacidad en esos alumnos y conjurar el peligro de que abandonen. Por otra parte, sabe que lo que plantea no tiene riesgo: quienes no logren aprobar alguna materia en diciembre seguirán teniendo la posibilidad de hacerlo en junio.
El inspector le anima a llevar adelante su idea y ya la está difundiendo en otros centros. Los dos creen que lo mejor es empezar cuanto antes con los alumnos y con los departamentos que quieran participar. Si este año no son todos, el próximo seguramente serán más. Ese inspector dice que una idea así ayuda a corregir los insoportables niveles de abandono que hay en bachillerato y a superar la lacra de esa inútil repetición que no existe en otros países.
Algunos profesores no lo tienen claro. Para convencerlos el inspector les ha dicho que, por modesto que sea, ese plan intensivo del otoño (que puede incluir clases o no) atenderá mejor a los alumnos que el que tienen ahora en verano, cuando preparan fuera del centro las materias de las pruebas de septiembre. Pero no son las objeciones técnicas o legales las que preocupan al inspector, sino la falta de voluntad que a veces esconden. Sabe que para que un plan como ese funcione es imprescindible el compromiso de los profesores con el éxito de un trabajo que no debe estar presidido por las trabas burocráticas. Esa es una expresión que usa mucho. Y cuando lo hace suele citar a Hannah Arendt e insistir en que el trabajo de un profesor, como el de un inspector, nunca puede ser el de un burócrata.
La situación de miles de alumnos de bachillerato que, como Sergio, están cada año en grave riesgo de abandono en España se debe a los perversos efectos, comentados en otra columna (“Repetir con sueltas”, 6 de octubre de 2011), del recurso contra el artículo 14 del Real Decreto 1467/2007 que planteó en su momento la FERE-CECA. Un buen ejemplo de la banalidad del mal.
Tengo para mi que aquella sentencia del Supremo, que remitía la flexibilización del bachillerato a una modificación de la ley orgánica, fue el detonante que impulsó al último gobierno de Zapatero a intentar aquel fallido pacto educativo que solo sirvió para encasquillar a la derecha en esas posiciones montaraces que ahora se plasman en la LOMCE. Fue una lástima que las modificaciones de la LOE que se hicieron después con la Ley de Economía Sostenible no incluyeran la solución a este grave problema que el artículo 14.2 de ese Real Decreto pretendía superar.
Como no cabe esperar mucha flexibilidad del bachillerato wertiano, será importante lo que podamos hacer desde los centros para evitar que fracasen alumnos como Sergio. No solo porque planes como ese serían una oportunidad para esos jóvenes, que no deberían abandonar sus estudios en los tiempos que corren, sino también porque aúnan la voluntad de los buenos docentes, los buenos directivos y los buenos inspectores para, cumpliendo las leyes, apurar sus posibilidades para mejorar las cosas. Y eso es algo que quizá debamos hacer con más frecuencia a partir de ahora.
Para Sergio aprobar seis quizá no sea fracasar. ¿Nos animamos a ofrecer a los alumnos de nuestros centros un plan como el suyo?
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