Una de las razones del éxito del brexit quizá haya sido la propia palabra: simple, sonora, bien british… De hecho, se ha puesto tan de moda que, antes de conocer sus implicaciones, parecía que todo el mundo disfrutaba pronunciándola. Aquí algunos lo hacían casi con envidia hacia esa lengua que es capaz de producir términos tan pregnantes. Sin embargo, aunque parezca antieuropea, la palabra brexit no lo es. Procede del latín y viene de Britannia, el nombre que los romanos pusieron a aquellas tierras, y de exitus, la palabra con que nombraban la partida, la marcha, la salida.
No sé en Gran Bretaña, pero en España la palabra exitus se sigue usando bastante. Sobre todo en los hospitales. Allí se habla de exitus cuando hay un fracaso. Cuando el enfermo no sale bien parado y abandona el hospital con los pies por delante, dentro de un saco. Es el exitus letalis. El que cierra las historias clínicas.
A los europeos nos ha pasado con el brexit lo mismo que a esos enfermos hospitalizados que se quedan sin palabras cuando cerca de ellos se produce un exitus. Lamentamos lo que le ha pasado al vecino, pero nos preguntamos con miedo quién será el siguiente. Tememos que el mal británico pueda ser contagioso y que otros también emprendan el camino del exitus. El del fracaso de Europa.
Por eso es importante saber qué diferencia a quienes votaron por el brexit de quienes prefirieron la permanencia. Oyendo y leyendo lo que gritaban y escribían unos y otros antes del referendum, se puede saber con qué órgano debió votar cada británico: más bien con el bajo vientre los brexiters y más bien con el cerebro los remainers. Hasta el mapa del voto refleja que la cabeza escocesa quedó libre de un mal que se concentró, sobre todo, en la entrañas inglesas y galesas. Así que los del brexit son quizá las gentes más viscerales. Mientras que los que votaron por seguir en Europa parecen más razonables. Conviene que no lo olvidemos. No vaya a ser que acabemos criticando, también visceralmente, a todos los británicos (o a todos los ingleses) sin advertir que casi la mitad de ellos siguen siendo muy sensatos.
De todas formas, esta Europa enferma ya debería haber aprendido que el mejor tratamiento para problemas como el del brexit no consiste en suponer que su resolución será racional. Dado que en Europa las tripas son cada vez más gruesas y abotargan muchas mentes, convendría tenerlo en cuenta para explicarles las cosas en su propia lengua a los europeos más viscerales. Por ejemplo, en futbolés. Ese idioma que casi todo el mundo entiende y que seguramente es la gran (y única) contribución británica a la desencefalización del mundo.
Me pregunto qué habrían votado los ingleses si tuvieran que asumir que la salida de su país de Europa implicaría también la de sus equipos de la Copa de la UEFA, de la Champions o como se llamen ahora esas cosas. Sospecho que la mayoría de los del brexit son también futboleros y no creo que, en esos terrenos, estuvieran dispuestos a quedarse fuera de juego por más que el cuerpo les pida odiar a los inmigrantes.
Quizá sea verdad que el fútbol es la sublimación pacífica de la guerra y que la anestesia social que provoca nos garantiza la paz por medio de esas guerras simuladas en las que se liberan cada semana muchas presiones viscerales. Pero, si es así, estaría bien tenerlo en cuenta y sacar alguna consecuencia. Por ejemplo, que la Unión Europea correría menos riesgos si la posibilidad de participar en las ligas, copas y recopas de fútbol (o como se diga todo eso) dependiera de pertenecer a ella.
El día que los viscerales sean menos, seguramente el fútbol reducirá su presencia en nuestras vidas (¿será también al revés?). Mientras tanto, no estaría mal sacar mejor partido de esa religión contemporánea para que Europa tenga más éxito frente a los exitus de sus miembros.
No sé en Gran Bretaña, pero en España la palabra exitus se sigue usando bastante. Sobre todo en los hospitales. Allí se habla de exitus cuando hay un fracaso. Cuando el enfermo no sale bien parado y abandona el hospital con los pies por delante, dentro de un saco. Es el exitus letalis. El que cierra las historias clínicas.
A los europeos nos ha pasado con el brexit lo mismo que a esos enfermos hospitalizados que se quedan sin palabras cuando cerca de ellos se produce un exitus. Lamentamos lo que le ha pasado al vecino, pero nos preguntamos con miedo quién será el siguiente. Tememos que el mal británico pueda ser contagioso y que otros también emprendan el camino del exitus. El del fracaso de Europa.
Por eso es importante saber qué diferencia a quienes votaron por el brexit de quienes prefirieron la permanencia. Oyendo y leyendo lo que gritaban y escribían unos y otros antes del referendum, se puede saber con qué órgano debió votar cada británico: más bien con el bajo vientre los brexiters y más bien con el cerebro los remainers. Hasta el mapa del voto refleja que la cabeza escocesa quedó libre de un mal que se concentró, sobre todo, en la entrañas inglesas y galesas. Así que los del brexit son quizá las gentes más viscerales. Mientras que los que votaron por seguir en Europa parecen más razonables. Conviene que no lo olvidemos. No vaya a ser que acabemos criticando, también visceralmente, a todos los británicos (o a todos los ingleses) sin advertir que casi la mitad de ellos siguen siendo muy sensatos.
De todas formas, esta Europa enferma ya debería haber aprendido que el mejor tratamiento para problemas como el del brexit no consiste en suponer que su resolución será racional. Dado que en Europa las tripas son cada vez más gruesas y abotargan muchas mentes, convendría tenerlo en cuenta para explicarles las cosas en su propia lengua a los europeos más viscerales. Por ejemplo, en futbolés. Ese idioma que casi todo el mundo entiende y que seguramente es la gran (y única) contribución británica a la desencefalización del mundo.
Me pregunto qué habrían votado los ingleses si tuvieran que asumir que la salida de su país de Europa implicaría también la de sus equipos de la Copa de la UEFA, de la Champions o como se llamen ahora esas cosas. Sospecho que la mayoría de los del brexit son también futboleros y no creo que, en esos terrenos, estuvieran dispuestos a quedarse fuera de juego por más que el cuerpo les pida odiar a los inmigrantes.
Quizá sea verdad que el fútbol es la sublimación pacífica de la guerra y que la anestesia social que provoca nos garantiza la paz por medio de esas guerras simuladas en las que se liberan cada semana muchas presiones viscerales. Pero, si es así, estaría bien tenerlo en cuenta y sacar alguna consecuencia. Por ejemplo, que la Unión Europea correría menos riesgos si la posibilidad de participar en las ligas, copas y recopas de fútbol (o como se diga todo eso) dependiera de pertenecer a ella.
El día que los viscerales sean menos, seguramente el fútbol reducirá su presencia en nuestras vidas (¿será también al revés?). Mientras tanto, no estaría mal sacar mejor partido de esa religión contemporánea para que Europa tenga más éxito frente a los exitus de sus miembros.
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