16 de junio de 2022

Esculpir el tiempo y escribir con luz

   (Publicado en Cuadernos de Pedagogía el 15 de junio de 2022)

La oralidad, la escritura alfabética, la imprenta y la digitalización. Esos son, seguramente, los grandes hitos en la historia de la comunicación humana. Del primero al segundo quizá pasaron cien mil años, del segundo al tercero menos de tres mil, del tercero al cuarto cinco siglos y en la última etapa llevamos poco más de dos décadas. La aceleración reciente es tal que las generaciones actuales quizá han conocido más cambios que los habidos desde los tiempos en que los sapiens empezaron a usar con intención y sentido sus laringes.

La escuela es el invento más característico de la tercera etapa. Esa que Thomas Pettitt llamó el Paréntesis Gutenberg entre dos oralidades. Un paréntesis que en ella parece no cerrarse. Quizá porque a la escuela le cuesta mucho renunciar a las inercias del libro de texto y del texto libresco, las del examen curricular y el currículo examinable. Sin embargo, fuera de la escuela las cosas son distintas porque, aunque ahora se lee y se escribe más que nunca, cientos de millones de humanos lo hacen cada día en las mismas pantallas y pantallitas en las que miran, muestran, crean y recrean billones de imágenes.

Pero esto no es del todo nuevo.  Además de desconfiar de la escritura, Platón ya anticipó la posibilidad de un mundo en el que las sombras cautivaran las miradas. Y, para explicar el origen de esa fascinación por las imágenes, Plinio el Viejo imaginó que la pintura podría haber nacido cuando una joven enamorada quiso retener para siempre el perfil de la sombra de su amado. Así nos lo muestra magistralmente José Luis Guerín en La dama de Corinto, un documento metafílmico de notable aliento poético.

Si la pintura nació de las sombras, la fotografía se expresa con la luz. De hecho, significa literalmente eso: escribir con luz. Detener el tiempo y escribir con luz es lo que la fotografía lleva haciendo con sus pequeñas cámaras oscuras desde hace doscientos años. Inspiradas en ellas, otras cámaras llevan también más de un siglo jugando con la luz e intentando retener el tiempo en la nueva escritura cinética llamada cinematógrafo. La que dio nombre a los cines, esos albergues de la mirada en los que la imagen en movimiento recuperó pronto la oralidad.

La escritura, sea de tinta o de luz, tiene códigos que han de ser descifrados. Por eso, alfabetizar fue la misión primigenia de la escuela primaria. Su éxito fue tal que ya no causa sorpresa que lo escrito hace quinientos años por un humano de cincuenta lo lea hoy sin problema otro humano de apenas cinco. Por su parte, los códigos de las imágenes parecen muy inmediatos, pero en realidad pueden llegar a ser más variados y complejos que los formados con fonemas, verbos y demás aditamentos propios de los textos. Así que, además de enseñar a escribir con tinta y con luz, deberíamos preparar a los niños y jóvenes para que puedan entender cabalmente la semántica de la pintura, la sintaxis de la fotografía y la pragmática de ese arte llamado cine que, al decir de Tarkovski, además de retenerlo, es capaz de esculpir el tiempo y atrapar la mirada.

Sin embargo, la escuela sigue prefiriendo el texto al hipertexto, la disciplina de las disciplinas a la libertad de las artes o la jerarquía precisa de los conceptos a la sugerente armonía de las imágenes. Incluso sigue dedicando más tiempo a los análisis morfosintácticos de los textos escritos que a generar ambientes propicios para la expresión literaria y las producciones orales. Por eso en la enseñanza y en la evaluación de las lenguas extranjeras siguen primando en gran medida las destrezas lectoescritoras sobre la comprensión oral (lo más relevante para la comunicación entre los hablantes). Si quedan dudas de que el Paréntesis Gutenberg no se cierra en las instituciones escolares, solo hay que recordar cómo son las pruebas para el acceso a la universidad y qué es lo que se evalúa en ellas. Y no ya sobre Matemáticas o Historia, sino también sobre las competencias que se valoran en las pruebas de Lengua o Idiomas Extranjeros.

Por su parte, la lectoescritura audiovisual está casi proscrita de las instituciones escolares o relegada a los itinerarios minoritarios. Así, los nacidos en el siglo XXI dedicarán miles de horas a lo largo de sus vidas al torrente continuo de relatos audiovisuales en todos los formatos y duraciones (desde los microvideos compartidos en el móvil hasta las megaseries de visionado doméstico y quizá domesticador). Y lo harán sin que en su escolarización hayan aprendido casi nada que tenga que ver con la lectura de imágenes, con las sutiles interacciones entre el guion y el montaje o con la reflexión sobre el poder de las imágenes en la construcción de imaginarios poderosos al servicio del poder. O simplemente aprender a desarrollar ese criterio propio que permite conocer la diferencia entre consumir productos audiovisuales y seleccionar, contemplar y disfrutar con las creaciones fotográficas y fílmicas en sus diferentes géneros y formatos.

A la cultura audiovisual le pasa lo mismo que a las artes escénicas en las instituciones escolares. Aulas, ágoras y teatros parecen en ellas conceptos incompatibles. Como si en las primeras fuera imposible dedicar tiempo a lo que tiene que ver con las otras dos. Igualmente, la fotografía y el cine tienen escasas oportunidades de que en las aulas se reserven tiempos significativos para convertirlas en talleres de cultura audiovisual en los que los humanos, que allí pasan tantas horas aprendiendo a hacer cosas con palabras, puedan aprender también a hacer cosas con imágenes y, así, entender y disfrutar de un mundo que, en gran medida, está constituido por ellas.

Juan Mayorga ha merecido el Premio Princesa de Asturias de las Letras por su contribución a ese arte total que es el teatro. Lo recibe alguien que, además de teatrero, es matemático y filósofo. Es decir, practicante y devoto de las tres creaciones humanas que comparten origen en aquel mundo griego que descubrió las virtudes de construir ágoras y teatros. Las matemáticas gozan de un consenso, casi religioso, sobre su primacía curricular y la filosofía sobrevive en las aulas porque también recibe cierto aprecio social, a veces un tanto metafísico. Por eso ambas cuentan (más la primera que la segunda) con espacios y tiempos relevantes en nuestras instituciones escolares. Sin embargo, a pesar de los premios y de su indudable valor, las artes escénicas y la cultura audiovisual siguen condenadas al ostracismo escolar.

Cambiar la educación es también reivindicar la centralidad de las artes. Y muy especialmente de las artes escénicas y audiovisuales. Las prescripciones normativas y las reformas curriculares tienen unas inercias que las hacen especialmente proclives a perseverar en el Paréntesis Gutenberg. Por eso, los habitantes de las aulas debemos ser activistas de la cultura. De todas las culturas y entre ellas, de modo muy destacado, de las artes escénicas y audiovisuales. Aprender juntos a hacer cosas con imágenes y a disfrutar con la diversidad de sus lenguajes (renegando de esa religión monoteísta según la cual Dios habría creado el mundo en inglés) y reservar espacios dignos y tiempos suficientes para que los niños y jóvenes aprendan y aprecien la maravilla de esculpir el tiempo y escribir con luz. Tal podría ser, quizá, el programa básico de ese nuevo activismo cultural y educativo que es hoy tan necesario.

Aquellos políticos, directivos, inspectores y docentes que no sepan por qué ni cómo sumarse a este compromiso con la cultura podrían empezar por ir más, mucho más, a los cines y a los teatros. Allí aprenderían a descifrar los códigos de esas artes y a disfrutar con ellas. De la mano de Víctor Erice (y el mundo está lleno de Erices) podrían llegar a entender por qué es tan importante El espíritu de la colmena, por qué es tan bello buscar siempre un nuevo norte en El Sur, recuperar la memoria de la infancia con La Morte Rouge o asistir al paso del tiempo al lado de un pintor que anhela capturar El sol del membrillo. O simplemente dejarse llevar durante los diez minutos de una siesta asturiana por la delicia de escribir con luz y esculpir en el tiempo algo tan hermoso y delicado como un Alumbramiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario