8 de septiembre de 2025

Arrancar

Arranca el curso escolar en España. No empieza, comienza o se inicia, aquí el curso arranca. También han arrancado la nueva temporada de fútbol, la de venta de libros de texto, o la nueva programación de radio y televisión. Enseguida arrancará la vendimia en La Rioja y quizá antes de diciembre arranque en Vigo la Navidad. En medio arrancarán también varios festivales de cine: el día 19 arrancará el de San Sebastián, el 24 de octubre la Seminci en Valladolid y el 14 de noviembre arrancará el de Gijón. Pero no solo arrancan los periodos de algunas actividades, también arranca cada acto concreto. Arranca un partido, arranca un telediario, arranca un bombardeo y arrancan los exámenes de la PAU. Así que el hermoso título de la película de Tavernier, más que poético, podría parecer ahora pretérito, disidente y hasta reivindicativo porque parece que hoy todo arranca y nada empieza porque lo nuestro es arrancar

Frente a comenzar, empezar, estrenar o iniciar, arrancar es un verbo de contundencia explosiva y viril. Su primer sentido (el más natural) es sacar algo de raíz, separar con fuerza o violencia algo del sitio en que está fijado, es decir, desarraigar. En un segundo sentido, significa poner en funcionamiento una máquina, por ejemplo, un coche o una motosierra, evocando seguramente el violento tirón que pone en marcha los motores de explosión. De hecho, los coches eléctricos más que arrancar se conectan o se encienden. Igual que los televisores, las yogurteras o las bombillas (para arrancar una lámpara conviene tener cuidado)

El Diccionario aún no recoge ese nuevo uso del verbo arrancar, pero cada vez es más habitual en la oralidad mediática y empieza a arraigar también en los medios escritos. Es una palabra de moda en España que está erradicando el uso del verbo comenzar. Y es que, arrancando tantas cosas, se están arrancando de nuestra cotidianidad esos otros verbos que expresaban con precisión y matices, pero sin adherencias explosivas, el inicio de algo.

No hay nada más viril que arrancar un partido: el árbitro pita, el jugador chuta, el público grita y el locutor comienza su soniquete. Serán noventa minutos intensos, llenos de arranques, ataques, defensas, carreras, choques y gritos. “Es juego viril”, se decía antes para señalar que no había habido falta. Por eso, en el ambiente silencioso del tenis parece más propio decir que el juego comienza mientras que en los estadios de fútbol arrancan los partidos. La comparación no es baladí y ayuda a entender que hacemos muchas cosas con las palabras y que las palabras hacen muchas cosas con nosotros. Las reglas, los valores y las pulsiones que propician esos dos espectáculos (llamados deportivos) tienen poco que ver, pero está claro que el futbolismo explosivo y viril le gana la partida al silencio contenido del tenis. El contraste es aún mayor si nos atrevemos a comparar el fútbol con cosas mucho más antiguas, diversas y valiosas, como las distintas manifestaciones culturales. Nadie diría que arranca un recital poético o un concierto, ni que arranca una representación teatral o la lectura de una novela o que una película va a arrancar.

El creciente uso de un verbo que puede connotar violencia o desarraigo es aún más revelador si pensamos en la guerra, ese odioso monstruo que nos acompaña desde el neolítico y que se ha nutrido siempre de tres cosas: armas, banderas y testosterona. Frente a los arranques bélicos que masacran conviene recordar que todo empieza cuando un ser humano nace. Por eso los partos no arrancan, sino que comienzan y el verbo parir tiene una bellísima sinonimia en dar a luz. Sin embargo, hace unos días el ejército de Israel arrancó sus bombardeos para la invasión total de la ciudad de Gaza con la firme voluntad de desarraigar a un pueblo, de arrancar de su tierra y de la vida a unos seres humanos que, por ser palestinos, se convierten a los ojos de los genocidas en “piezas” equiparables en dignidad y derechos a lo que eran los judíos para los nazis.

Así que, en estos tiempos oscuros en que la voluntad deliberada de unos y la ingenua inocencia de otros van enterrando los matices de las palabras y van arrancando de nuestro lenguaje aquellas otras que nos enseñan a condurar lo valioso, conviene que despertemos nuestra inteligencia, encendamos las luces ilustradas y conectemos con los demás para darnos cuenta de lo que estamos arrancando cuando arrancamos algo. Ahora que las golondrinas inician su viaje hacia el sur y se abren de nuevo nuestras escuelas, conviene insistir en que el curso escolar no arranca, sino que otra vez comienza todo.

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