Arranca el curso escolar en España. No empieza, comienza o se inicia, aquí el curso arranca. También han arrancado la nueva temporada de fútbol, la de venta de libros de texto, o la nueva programación de radio y televisión. Enseguida arrancará la vendimia en La Rioja y quizá antes de diciembre arranque en Vigo la Navidad. En medio arrancarán también varios festivales de cine: el día 19 arrancará el de San Sebastián, el 24 de octubre la Seminci en Valladolid y el 14 de noviembre arrancará el de Gijón. Pero no solo arrancan los periodos de algunas actividades, también arranca cada acto concreto. Arranca un partido, arranca un telediario, arranca un bombardeo y arrancan los exámenes de la PAU. Así que el hermoso título de la película de Tavernier, más que poético, podría parecer ahora pretérito, disidente y hasta reivindicativo porque parece que hoy todo arranca y nada empieza porque lo nuestro es arrancar
Frente a comenzar, empezar, estrenar o iniciar, arrancar es un verbo de contundencia explosiva y viril. Su primer sentido (el más natural) es sacar algo de raíz, separar con fuerza o violencia algo del sitio en que está fijado, es decir, desarraigar. En un segundo sentido, significa poner en funcionamiento una máquina, por ejemplo, un coche o una motosierra, evocando seguramente el violento tirón que pone en marcha los motores de explosión. De hecho, los coches eléctricos más que arrancar se conectan o se encienden. Igual que los televisores, las yogurteras o las bombillas (para arrancar una lámpara conviene tener cuidado)
El Diccionario aún no recoge ese nuevo uso del verbo arrancar, pero cada vez es más habitual en la oralidad mediática y empieza a arraigar también en los medios escritos. Es una palabra de moda en España que está erradicando el uso del verbo comenzar. Y es que, arrancando tantas cosas, se están arrancando de nuestra cotidianidad esos otros verbos que expresaban con precisión y matices, pero sin adherencias explosivas, el inicio de algo.
El creciente uso de un verbo que puede connotar violencia o desarraigo es aún más revelador si pensamos en la guerra, ese odioso monstruo que nos acompaña desde el neolítico y que se ha nutrido siempre de tres cosas: armas, banderas y testosterona. Frente a los arranques bélicos que masacran conviene recordar que todo empieza cuando un ser humano nace. Por eso los partos no arrancan, sino que comienzan y el verbo parir tiene una bellísima sinonimia en dar a luz. Sin embargo, hace unos días el ejército de Israel arrancó sus bombardeos para la invasión total de la ciudad de Gaza con la firme voluntad de desarraigar a un pueblo, de arrancar de su tierra y de la vida a unos seres humanos que, por ser palestinos, se convierten a los ojos de los genocidas en “piezas” equiparables en dignidad y derechos a lo que eran los judíos para los nazis.
Así que, en estos tiempos oscuros en que la voluntad deliberada de unos y la ingenua inocencia de otros van enterrando los matices de las palabras y van arrancando de nuestro lenguaje aquellas otras que nos enseñan a condurar lo valioso, conviene que despertemos nuestra inteligencia, encendamos las luces ilustradas y conectemos con los demás para darnos cuenta de lo que estamos arrancando cuando arrancamos algo. Ahora que las golondrinas inician su viaje hacia el sur y se abren de nuevo nuestras escuelas, conviene insistir en que el curso escolar no arranca, sino que otra vez comienza todo.
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