21 de marzo de 2013

Cárceles, pueblos y héroes

(Publicado en Escuela el 21 de marzo de 2013)
 
Las acciones educativas valiosas no son solo las que se desarrollan en las aulas. Algunas de las experiencias más intensas y formativas que han vivido muchos alumnos españoles en las últimas décadas han tenido lugar en espacios no escolares. Por ejemplo, en un pueblo abandonado o en un centro penitenciario.

Búbal, Granadilla y Umbralejo son lugares de Huesca, Cáceres y Guadalajara en los que, desde hace casi treinta años, miles de alumnos han vivido instantes inolvidables. La Unidad Terapéutica y Educativa (UTE) de la cárcel de Villabona en Asturias es, desde hace veinte años, el escenario de una iniciativa ejemplar de rehabilitación en entornos penitenciarios y de una experiencia de prevención del consumo de drogas que no olvidarán nunca los miles de alumnos que la han conocido.


Desde 1984 esos tres pueblos han sido lugares propicios para la convivencia y la educación. Tras décadas de olvido y recuperada la democracia, algunos visionarios apostaron por convertir esos pueblos abandonados en escenarios de cooperación entre distintas administraciones territoriales y sectoriales para que las tareas para su recuperación y utilización educativa fueran el reclamo de un valioso programa dirigido a alumnos de toda España y, en determinados momentos del año, también de otros países. Durante el tiempo lectivo grupos de alumnos de distintos centros educativos han coincidido cada semana en esos tres pueblos. En verano la participación ha sido individual, premiándose el esfuerzo académico de los alumnos con becas que cubrían estancias de dos semanas en las que convivían jóvenes de diferentes procedencias.

En 1992 en la cárcel de Villabona de Asturias surgió un espacio de libertad. Un educador y una trabajadora social imaginaron que otro mundo era posible allí, que la recuperación y la reinserción se podían imponer a la subcultura carcelaria y que los preámbulos y las objetivos de las leyes no son adornos retóricos sino principios que deben ser realizados. Y eso ha venido ocurriendo en los módulos de la UTE en estas dos décadas. Allí se ha consolidado un modelo basado en el trabajo compartido entre los profesionales del centro penitenciario, los internos que se comprometen a alejarse de las drogas (y a ayudar a los demás a hacerlo), las familias que los apoyan y la compleja red de ONGs e instituciones que colaboran para que entre la cárcel y la sociedad se tiendan los puentes que hacen posible la recuperación personal y la reinserción social. Cerca de esos puentes han estado siempre los centros educativos. Desde los años noventa  varias decenas de alumnos de secundaria pasan cada semana unas horas en la UTE conviviendo con los internos y aprendiendo con sus testimonios los riesgos que entraña el contacto con las drogas. Es una experiencia intensa para los miles de alumnos que la han vivido y toda una lección sobre valores a cargo de los anfitriones de esos espacios carcelarios que en otros tiempos y en otros lugares son solo de sufrimiento pero que en la UTE albergan esperanza para los internos y enseñanzas para los alumnos.

Las decenas de centros penitenciarios que han replicado el modelo de la UTE y los diversos programas de cooperación territorial que han surgido después del de Pueblos Abandonados evidencian que estas iniciativas son parte de lo mejor de nuestra historia educativa. Y no solo por sus valores explícitos en sus respectivos campos sino también porque promueven de forma sostenida otros, tan necesarios en nuestro país, como el conocimiento mutuo, el aprecio de la diversidad y la importancia de la convivencia para la integración social. Búbal, Granadilla, Umbralejo y la UTE de Villabona son iniciativas ejemplares y sostenibles que debemos a esos héroes casi anónimos que, desde una cárcel o desde unos ministerios, decidieron en su momento que esas utopías eran posibles. Y también a esos buenos profesionales que durante tantos años las han convertido en éxitos reconocidos.

Pero la continuidad de esos proyectos, respaldados hasta ahora por gobiernos de diferente signo, está hoy en peligro por decisiones que, en el caso de Pueblos Abandonados, usan coartadas económicas para cercenar ese proyecto modélico suprimiendo (junto con otros programas de cooperación territorial) las partidas destinadas a las becas que permiten que los alumnos participen en él. En el caso de la UTE, ni siquiera hay coartada económica. Son solo decisiones arbitrarias y discrecionales las que comprometen la continuidad de un proyecto que ha tenido que suspender ya esos encuentros semanales entre alumnos e internos.

Frente a la sabiduría de esos héroes que tanto han construido durante estos años, se alza de repente la ignorancia de estos conservadores que no conservan ni promueven lo valioso, sino que lo desprecian y destruyen sin complejos. En estos tiempos difíciles, tiene la mayor actualidad aquella advertencia que Walter Benjamin hacía en 1939 contra ese tipo de alienación que casi disfruta con la destrucción.

1 comentario:

  1. Buenas noticias. Aunque muy tarde y bajo mínimos se han vuelto a convocar en este final de curso las actividades del programa de pueblos abandonados. Solo habrá tres turnos de una semana en agosto, pero algo es algo. Cuando escribí el artículo quería añadir mi voz a la de tantos que enviaron cartas al ministerio reclamando la continuidad del programa. Está claro que no dar las cosas por perdidas es la mejor manera de no perderlas.

    Y en ello estamos también con la UTE. El movimiento social de apoyo sigue muy vivo. Ojalá que tengamos éxito y esas siglas sigan siendo mucho más que una marca.

    MMG

    ResponderEliminar