24 de julio de 2020

Cortar por lo sano

¿Cómo organizar la presencia de los escolares en cada aula y en cada centro cuando es precisamente la coincidencia en espacios cerrados lo que compromete la seguridad de las personas en estos tiempos de pandemia?

Sin duda el desafío no tiene una respuesta fácil. Ni única. Y estaría bien que todos partiéramos de este hecho para, mejor que reclamar duramente a otros, adoptáramos actitudes más constructivas y colaborativas. En este sentido, ayudan poco quienes demandan decisiones rápidas que consistirían principalmente en la contratación de muchos profesores sin tener en cuenta que las ratios por docentes no son más importantes que las ratios por espacios y de momento nadie está proponiendo un aumento radical (vía albañilería intensiva y estival) de la capacidad de nuestros edificios escolares.

La solución, por tanto, no puede ser única ni puede venir solo desde las administraciones. Las características propias de cada edificio escolar, el número de etapas y líneas que alberga, la diversidad de sus enseñanzas y el contexto en el que se sitúa hacen que no tengan sentido las soluciones de talla única. Ni tampoco las de talla escalable. Por eso es tan importante que, más allá de la definición genérica de los tres escenarios prospectivos que cabe suponer (actividades presenciales, actividades a distancia y actividades de carácter híbrido), tanto desde las administraciones como desde los propios centros se demuestre mucha flexibilidad, imaginación y responsabilidad en la forma de preparar esos tres escenarios que, por lo demás, tampoco deben ser concebidos como estancos.

En la tensión entre salud y economía hemos priorizado razonablemente la primera sin obviar los efectos que cada decisión tenía y tiene sobre la segunda. Y en la tensión entre salud y educación aún se plantean dilemas más complejos porque, aunque quizá sea cierto que el teletrabajo sigue siendo trabajo, no lo es que la educación a distancia (la telenseñanza o el teleaprendizaje) sea realmente educación.

En momentos de crisis tan graves como la actual es cuando aparecen las innovaciones más interesantes, pero también es cuando se acentúan esas inercias que nos hacen olvidar que en educación el todo es siempre más que la suma de las partes. Por eso, entre las primeras ideas que se manejan para organizar los centros escolares aparecen planteamientos muy clásicos que no esperan que bajo los adoquines esté la playa sino que confirman que cuando la marea se lleva la arena lo que aflora es esa roca sólida y áspera empeñada en perpetuarse. Me refiero a la organización aún más intensiva de los horarios, a la distribución poco imaginativa de los grupos y los espacios, al número de clases semanales (¿semanales?) de cada materia… En fin, a esa configuración por defecto que hace del currículo cuarteado por especialidades taifales y unidades de evaluación diferenciadas la verdadera sustancia profunda de la organización escolar.

Como el debate, si es que lo hay (y ojalá lo haya), estará principalmente ahí, me centraré ahora en algo de lo que seguramente se hablará poco y que, sin embargo, es una de las cosas que hacen que la telenseñanza no sea realmente educación. Me refiero a las (mal) llamadas actividades complementarias y extraescolares.

Hace ahora diez años yo estaba trabajando en la Consejería de Educación del Principado de Asturias. Eran tiempos de temores ante otra pandemia que felizmente quedó en nada: la gripe A. También eran momentos en los que se aproximaban los nubarrones de aquella tremenda crisis financiera que nos dejó tantos recortes y tanto sufrimiento. Recuerdo una mañana en la que, ante las dificultades que se avecinaban, un grupo de directores expresaban con claridad por dónde empezarían a ahorrar en sus centros: por las salidas, por las actividades complementarias y extraescolares. Por eso que a veces se llama excursiones pero que realmente son las únicas incursiones en la vida real (cultural, natural, urbana) que los centros ofrecen a su alumnado, a veces de forma cicatera y poco valorada, gracias a la tenacidad de los docentes más animados, los que no se someten al desánimo propio de las culturas inerciales.

Pues bien, en estos días en que se plantean ideas para el próximo curso, vuelve a surgir la propuesta de eliminar inmediatamente las actividades complementarias y extraescolares. Nada de visitas al Parque Natural de Somiedo, al Parque Nacional de Covadonga, a la Senda del Oso, al Museo de Bellas Artes… No hay que ir con el alumnado a ningún sitio. Incluso aunque las garantías de distancia entre las personas en muchos de esos lugares sean mayores que las que habrá en las aulas o las que vivirán esos mismos jóvenes cada fin de semana en sus propias actividades extraescolares.

Cortar por lo sano. Literalmente. Cortar radicalmente con lo que, desde la escuela se puede hacer a favor de la salud del cuerpo y del alma. Impedir que los paisajes que llegan a las retinas de nuestros niños y adolescentes sean diferentes a los del libro de texto, la mesa, la pizarra o la pantalla, a ese paisaje inhumano de la ortogonalidad paroxística del aula. Así que, según parece, cuando las cosas se ponen feas no debe haber ninguna excepción al asignaturismo dominante, al imperio de lo lectivo, al monopolio de lo examinable.  Únicamente enseñanza (que no educación) confinada y curricularizada sin  más puntos de fuga que los que ofrecen las ventanas del aula o el horizonte del patio.  Quizá ni siquiera se permita que la vida exterior llegue a entrar en las aulas porque también se prescinda de esas actividades complementarias en las que personas de la vida real muestran generosamente sus quehaceres viniendo a los centros.  Y es que de lo que ahora se trata es de cortar por lo sano y olvidarnos de defender la alegría como nos recomendaba Benedetti. Porque, según parece, solo debemos creernos seguros si nos mantenemos escolarmente confinados.

Así que las visitas que cada año hacemos a las cuevas del Pindal, a las de Tito Bustillo o las de Altamira, a los monumentos prerrománicos o a los ingenios del agua deberán ser eliminadas aunque en muchos de esos lugares las restricciones de acceso sean generalmente más exigentes que las que habrá en las propias aulas. Aún así, no deberemos visitarlos por muy valiosos que sean y por mucha seguridad que ofrezcan. Ni tampoco los espacios infinitamente abiertos de los entornos naturales. Ni, por supuesto, los teatros podrán recibir a niños y adolescentes aunque tengan precintadas muchas de sus butacas y garanticen la adecuada separación entre ellos. Nada de naturaleza prístina ni de cultura milenaria. Solo aula estabulada en las mañanas de lunes a viernes y olvido de todo esto en las actividades verdaderamente extraescolares de cada tarde y en el ocio juvenil de los fines de semana.

Se corta por lo sano porque lamentablemente en nuestro país parece seguir siendo cierto que la cultura y la naturaleza son prescindibles. No lo ha sido la reciente EvBAU masiva, esa ceremonia de culto al asignaturismo examinable que ha devenido con los años en rito de paso y que en estos tiempos de pandemia ha estimulado celebraciones multitudinarias en recintos cerrados en las que se ha visto incluso a directores (que seguramente prescindirán de las actividades complementarias y extraescolares en el próximo curso) poniendo en riesgo la salud de los jóvenes al organizar o legitimar esos peligrosos saraos en estos tiempos de pandemia.

En momentos no menos difíciles que los de ahora Federico García Lorca llevaba La Barraca por los pueblos de España y el Museo del Prado multiplicaba la exhibición de sus cuadros con reproducciones por todo el país. Y, como nos ha recordado la magnífica exposición Laboratorios de la Nueva Educación, la Institución Libre de Enseñanza marcó un camino innovador de indagación y aprendizaje en el entorno natural y cultural que era ejemplar en Europa y del que aún hoy podemos sentirnos herederos orgullosos quienes siempre nos hemos negado a aceptar que las aulas y los centros deban ser espacios confinados.

Por eso es tan importante ser muy responsables y asumir que nuestro alumnado puede estar aún más seguro que en sus aulas cuando visita con sus docentes destinos naturales y culturales en los que (si no son despedidos) nos acogerán con las mayores garantías otros profesionales también muy responsables. Así que es tiempo de rectificar. De evitar la insensatez de cortar por lo sano y cortar con lo sano. Y es que la educación no consiste en suministrar dosis curriculares en aulas confinadas cuyo tedio acaba estimulando las conductas dionisiacas que aumentan los riesgos en los tiempos y espacios no lectivos.

Es verdad que la situación puede llegar a ser tan complicada que efectivamente no quede más remedio que cortar  por lo sano y tengamos que vivir de nuevo experiencias como las de los últimos 66 días lectivos del curso pasado. Pero, mientras tanto, conviene recordar que educar significa dirigir, encaminar y está emparentado con “ducere” (conducir) y “educere” (sacar afuera, criar). Así que no puede estar más claro. Por eso debemos hacer todo lo posible por evitar que la educación se convierta en un simulacro que encierra la vida en aulas ensimismadas ya sean sólidas o virtuales. De modo que no. Mientras no sea imprescindible no hay que cortar por lo sano. Porque en estos tiempos difíciles es precisamente cuando más valor tiene y más nos debe importar lo sano.

1 comentario:

  1. Como siempre certero y acertado, Mariano, gracias!
    Recomendaría como lectura complementaria ''La utilidad de lo inútil'' de Nuccio de Ordine.
    Y en ciertos momentos de esta TedTalk también se habla de la importancia de la socializacion en los grupos: https://www.ted.com/talks/margaret_heffernan_forget_the_pecking_order_at_work?language=is

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