Pero, ¿qué haríamos sin los libros de texto, sin los exámenes y sin las notas numéricas? Pues justamente eso: hacernos esa pregunta y tener que responderla. Y hacerlo poniendo al centro en el centro, sin el amparo de las taifas disciplinares ni de los tecnicismos burocráticos. Es verdad que para ello se necesitarían otras culturas docentes. Pero también es cierto que para cambiar las culturas profesionales lo que se necesita es precisamente terminar con esas rutinas tan confortables para los docentes menos reflexivos y tan poco útiles para los ciudadanos que se jubilarán en el último cuarto de este siglo (esos que están ahora en nuestras aulas). Sin embargo, es difícil imaginar una reforma normativa que se atreva a plantear unos cambios tan simples y tan radicales. Pero lo que quizá no consiga una ley orgánica es posible que lo logre este virus inesperado.
El Real Decreto-ley 31/2020 de 29 de septiembre por el que se adoptan medidas urgentes en el ámbito de la educación no universitaria, convalidado por el Congreso el pasado 15 de octubre, no prohíbe los libros de texto ni los exámenes, pero el coronavirus está haciendo que aquellos parezcan papel mojado en estos tiempos pandémicos y estos resulten bastante ridículos en contextos semipresenciales o confinados. Por su parte, sin prescindir de ellas, ese Real Decreto-ley ha removido las notas numéricas de su lugar como clave de bóveda de ese edificio asignaturesco que ha sido hasta ahora nuestro sistema educativo.
En lo relativo a la evaluación y promoción en Educación Primaria, Secundaria Obligatoria y Bachillerato, las administraciones educativas podrán modificar los criterios de evaluación “con el fin de valorar especialmente los aprendizajes más relevantes e imprescindibles para la continuidad del proceso educativo y la capacidad del alumnado para aprender por sí mismo y para trabajar en equipo, y en el caso del bachillerato, para aplicar los métodos de investigación apropiados”. Por su parte, los centros docentes podrán modificar los criterios de promoción en todos los cursos, siendo la repetición “una medida de carácter excepcional que se adoptará, en todo caso, de manera colegiada por el equipo docente en función de la evolución académica del estudiante, globalmente considerada, sin que pueda ser la causa únicamente las posibles materias que pudieran quedar sin superar en la Educación Secundaria Obligatoria y en el Bachillerato”
Por último, la decisión de titulación “se adoptará garantizando la adquisición de los objetivos generales de la etapa de manera que permitan al alumno o alumna continuar su itinerario académico y, en consecuencia, no quedará supeditada a la no existencia de materias sin superar para el acceso a ambas titulaciones” [la de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria y la de Bachiller].
En solo tres artículos de un Real Decreto-ley, que como corresponde a su naturaleza ha sido aprobado para las circunstancias excepcionales actuales, se contiene un potencial regenerador de nuestro sistema educativo muy superior al de cualquier norma anterior. Como era de esperar, los más inerciales ya están hablando de un “aprobado general encubierto”, de un “atentado a la cultura del esfuerzo” y de todas esas letanías a las que nos tienen acostumbrados quienes creen que la evaluación se hace valer mejor con la amenaza del suspenso y la repetición.
Incluso, la cautela y salvaguarda ante algunas de esas críticas que parece atisbarse en la condición que se incluye al final del artículo 6 en relación con la titulación en Bachillerato (“En todo caso para la obtención del título de Bachiller será necesaria una calificación media igual o superior a la requerida para la superación de cada materia”) muestra una racionalidad y una sensatez que hace que esa decisión pueda ser por fin realmente colegiada y no se reduzca a cantar notas y a comprobar que ninguna de ellas es inferior a cinco. Que las decisiones sobre promoción y titulación deben tomar como referente el desarrollo de las competencias y el logro de los objetivos generales es algo que sabemos desde hace tiempo. Sin embargo, al tener como condición la conjunción de decisiones disciplinares, la titulación acababa dependiendo de que en ninguna materia se diera una calificación inferior a cinco. Incluso, en un ejercicio de moralización punitiva de la evaluación, no era infrecuente que alguien llegara a justificar con un “no se le merece” ese pretendido derecho de veto que podía dejar en manos de un solo docente el futuro de cada alumno y alumna.
Así que la sensatez de la nueva norma en estos tiempos pandémicos puede poner fin a esas prácticas pseudoevaluadoras y a la vez puede poner las bases de un nuevo concepto del trabajo colegiado en los equipos docentes que no permita vetar y no se reduzca a votar. De hecho, si hasta las sentencias del Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional pueden no ser unánimes, teniendo la minoría discrepante la posibilidad de justificar su voto particular (en nuestro caso, poniendo una nota inferior a cinco), no tiene ningún sentido que la titulación en Bachillerato dependa de esa unanimidad mínima del cinco en las casi veinte asignaturas que tiene la etapa.
Y es que hace tiempo que debería ser obvio que en el Bachillerato, como en la vida, la competencia, la tenacidad o la pasión en determinados campos debería reconocerse y llegar a compensar en cierta medida las eventuales carencias en otros. Por lo demás, las crecientes exigencias de calificaciones medias elevadas para acceder a los estudios superiores no permiten al alumnado centrar su trabajo en las materias más próximas a sus intereses o a su vocación descuidando las otras. Más bien al contrario: les obliga a trabajar en todas. De hecho, todo el mundo sabe que las expectativas de elegir estudios superiores (y hasta de superar la EvBAU) son muy limitadas si finalmente la media del Bachillerato se queda en las proximidades del cinco,
Es verdad que la buena noticia de este Real Decreto-ley, que ya ha sido convalidado por el Congreso, puede ser aún mejor si las medidas que contiene no son solo circunstanciales, sino que se incorporan también a la nueva Ley Orgánica. En todo caso, para que su contenido ayude a superar esa rancia cultura del cinco como Rubicón aditivo, será necesario que las diferentes administraciones asuman, en el ámbito de sus competencias, que no es de recibo continuar naturalizando la repetición como purgatorio de los réprobos porque, de seguir haciéndolo, ese antiguo mal francés será ya únicamente un mal español. También será necesario que estas medidas se entiendan y se asuman en los propios centros. Y para ello los equipos directivos y los servicios de inspección educativa deberán ser capaces de calibrar cabalmente su importancia y contribuir a su implementación haciendo pedagogía de la sensatez en estos tiempos pandémicos.
En casa el virus del covid-19 es muy peligroso, pero lo es más la insensatez que provoca el aislamiento, el encierro, el ostracismo y el roce interpersonal permanente.
ResponderEliminarA vernos inmersos en éste periodo coyuntural de pandemia es esencial que procuremos acciones que nos mantengan con una sana distancia de dinámicas que nos lleven irremediablemente a senderos peligrosos como el ensimismamiento, la indiferencia y el aislamiento.
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