20 de octubre de 2021

Pedagogías cipotudas

 (Publicado en Cuadernos de Pedagogía el 19 de octubre de 2021)

Íñigo F. Lomana acuñó hace algún tiempo ese adjetivo para caracterizar la prosa de algunos escritores que combinan cierto lirismo con una mirada orgullosamente testosterónica. Más que por el lirismo, quienes reivindican pedagogías que también podríamos llamar cipotudas muestran querencia por lo esperpéntico (cuando describen las pedagogías innovadoras) o lo trágico (cuando valoran el presente y el futuro de nuestro sistema educativo). En lo que sí hay plena coincidencia (de hecho, algunos de los más conocidos referentes literarios de la prosa cipotuda también refuerzan en sus columnas periodísticas tales pedagogías) es en la facilidad para conciliar los comentarios de cantina con la alusión a los clásicos y, por supuesto, para reforzar un imaginario sobre la profesión docente que, como aquel viejo coñac, parece ser cosa de hombres.

Lo que defienden no es nada nuevo. Más bien es lo viejo: los codos, la tarima, la disciplina de las disciplinas y un docentrismo imponente. Y todo eso como reacción ante una supuesta marea pedagogista que estaría inundando los centros y convirtiéndolos en verdaderos parques de atracciones en los que estaría prohibido aprender. Por eso los panfletos que escriben y leen los de la pedagogía cipotuda se presentan como un clamor de resistencia a favor del conocimiento, el saber y la memoria, valores supuestamente asediados por la ñoña ludificación educativa que promoverían esas hordas de psicopedagogos que, según ellos, dominan desde hace tiempo la gestación de las leyes y las prácticas en las aulas.

Es verdad que algunos de ellos se documentan y, aunque fuerzan los hechos y caricaturizan a sus adversarios, buscan evidencias en las que sostener sus tesis. Pero para muchos de sus lectores (y también para los que no leyendo se apuntan a los chascarrillos) los prosistas de la pedagogía cipotuda sirven de referentes para lucir con orgullo la camiseta de profesaurios y plantar cara a un demonio educativo que, al parecer, tendría tres nombres en España: LOGSE, LOE y LOMLOE.  
 
En realidad, estas oleadas conservadoras frente a los cambios educativos no son nuevas y tienen su arcadia feliz en un tiempo bastante lejano: el anterior a la Ley General de Educación. Ahora que ya tiene cierto pedigrí haber estudiado la EGB y el BUP, quienes estrenamos aquella ley podemos recordar que aquel cambio educativo también se percibió como una modernez banal frente a la que los exámenes de ingreso y las reválidas eran considerados hitos que demostraban la excelencia educativa de un país en el que algunos veían laureles donde más bien había caspa. De hecho, durante bastante tiempo “egebeizar” venía a significar lo mismo que devaluar y nadie reparaba en que desde la LGE los españoles tenemos un año más de educación secundaria que los que nacieron hasta 1960, los de las famosas reválidas.

La reivindicación de las pedagogías cipotudas suele acompañar, por tanto, los momentos de cambios normativos o de corrientes pedagógicas que apuestan por la inclusión educativa y cuestionan, no el legado humanístico, tecnocientífico y artístico, sino las formas en que ha sido llevado a los boletines oficiales, a los libros de texto y finalmente a los exámenes. Conviene, por tanto, recordar que ambas cosas son muy diferentes, que la ciencia asignaturizada no es lo mismo que la ciencia real ni prepara adecuadamente para ella y que la enseñanza memorística de las artes, la historia y en general las humanidades (incluidas las matemáticas) no suele contagiar la pasión por los saberes sino que, en muchas ocasiones, acaba vacunando contra ellos.

Por eso, los que reivindican el conocimiento poderoso no deberían confundirlo con sus versiones escolares más rancias: las de la tarima, la impunidad del docente y la momificación de los contenidos en formatos examinables. De hecho, el conocimiento puede y debe tener otros adjetivos más matizados que poderoso. Así, no estaría mal entender que el conocimiento ha de ser también cuidadoso, amistoso y responsable porque tiene que vérselas con la incertidumbre y no le son ajenas las controversias ni puede aislarse completamente de lo axiológico. Algo que parecen obviar quienes solo conciben el conocimiento escolar como algo explicable, memorizable y examinable. Por otra parte, por muy poderoso que se muestre para la eficacia y la eficiencia de sus resultados, el conocimiento humano en todas sus variantes y modalidades (desde las ciencias más básicas hasta la música y las artes escénicas) debe reivindicarse también por lo que tiene de creativo y por la felicidad y belleza que nos depara, algo a lo que no suele aludir la semántica de lo poderoso. 

Por lo demás, resulta curiosa esa alianza entre los conservadores clásicos y quienes critican las propuestas de innovación educativa como estrategias arteras del neoliberalismo rampante. Según estos, frente a los sólidos contenidos tradicionales, el énfasis en las competencias y las capacidades sería simplemente una manera de ampliar la alienación y la desigualdad social. La histeria con que denuncian el neoliberalismo al que, cual marionetas, servirían los docentes innovadores y las leyes educativas promovidas por la izquierda parlamentaria contrasta vivamente con su silencio cuando es la mayoría absoluta de la derecha la que legisla en solitario. ¿Será que Wert era en realidad un héroe emancipador frente a ese neoliberalismo del que son fieles lacayos los promotores de la renovación pedagógica? 

Mofarse de la idea de la hiperaula. Obviar el papel de la organización escolar y la función directiva. Entender que las instituciones escolares deben ser archipiélagos de aulas en las que ejercen su ministerio con total autonomía (e impunidad) docentes insulares. Presuponer que fuera de la disciplina de las disciplinas solo queda la barbarie que nos deparan unos psicagogos empeñados en infantilizar a los padres y en desresponsabilizar a los alumnos… Estas son algunas de las malévolas simplezas que están poniendo de moda los adalides de la pedagogías cipotudas.  

Ninguna referencia a las diferencias entre las políticas educativas que apuestan decididamente por la escuela pública y aquellas otras en las que se la asedia tenazmente presuponiendo que la educación no es un derecho de los ciudadanos sino un servicio que se presta a los clientes. Ninguna alusión crítica a experimentos como el de los bachilleratos de excelencia. Ningún análisis sobre los efectos secundarios (y también los primarios) de esa ilusión bilingüe que se extiende por tantos centros. Ninguna objeción al imaginario meritocrático que cada año está alimentando ese nuevo rito de paso en que se está convirtiendo la EBAU que parece estar ocupando el lugar de las viejas ceremonias anuales de los quintos. Ninguna mención al grave problema de la exotitulación que afecta principalmente a especialidades como la de matemáticas. Ningún análisis sobre la formación inicial que no sea para desacreditar la formación del profesorado de primaria y devaluar el máster de secundaria. Ninguna consideración crítica sobre el viejo sistema de acceso a la profesión que aún padecemos (quizá cabría hablar también de oposiciones cipotudas). Ninguna compasión con ese tercio de docentes que viven desde hace tiempo la cronificación de una interinidad permanente revisable. Frente a todo esto, los de las pedagogías cipotudas solo tienen una propuesta: la de un docentrismo mayormente impune.

Por eso conviene estar advertidos frente a ese ruido que, más que conservador, es netamente reaccionario. A los críticos con cualquier innovación les viene bien no marcar distancias entre los que defienden las pedagogías cipotudas para adaptar la escuela a las exigencias del actual capitalismo cognitivo y los que las defienden porque piensan que todo lo que no sea la disciplina de las disciplinas está al servicio del neoliberalismo. Pero sus propuestas acaban siendo las mismas y solo buscan la reconstrucción demagógica del mito, macho y bronco, del docente imponente que repudia lo pedagógico.

2 comentarios:

  1. Las nuevas ideas_nuevas formas de ser en el mundo_decia Max Plank, no son bien recibidas por la tradición, pero las nuevas generaciones crecen enmedio de ellas y terminan aceptándolas. Los opositores no las aceptan nunca_ ideologia se llama_ pero finalmente se mueren dos veces. La segunda vez porque nadie se acuerda de ellos.

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  2. Gracias. Ideas sobre matemáticas y física

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