(Publicado el 15-11-2011 en La Nueva España y La Voz de Avilés)
Esta tarde he visto la última película en el
Niemeyer. Desde hace algún tiempo anoto los títulos de las que veo, por eso sé
que, con la de hoy, son cuarenta las películas que he visto allí. A modo de
letanía u oración fúnebre las recordaré al final de este escrito en el orden en
que las he disfrutado desde el 7 de junio hasta hoy, 13 de noviembre, en que se
cierra el cine del Niemeyer.
Desde que tengo memoria conservo recuerdos de
películas vistas en cines. El primero, el de la tarde de un domingo que, con
cuatro o cinco años, me llevaron unas chicas mayores (de doce o trece) a ver
una película de Raphael en el pequeño cine del barrio en que nací. A comienzos
de los ochenta aprendí los nombres de muchos directores europeos en los ciclos
de la Casa de la Cultura de la calle Jovellanos. De hecho, el golpe del 23F lo
tengo asociado con Godard porque aquel lunes la Alianza Francesa proyectaba
allí una película suya. El verano de las oposiciones es, para mi, el tiempo en
que descubrí los Alphaville y disfruté con los estrenos o las reposiciones de
las maravillosas películas en versión original (La noche del cazador, Atraco
perfecto, Senderos de gloria…) que
ocuparon tantas tardes de aquel julio del ochenta y seis. Desde entonces es
rara la vez que voy a Madrid y no me paso por la calle Martín de los Heros o
que estoy en Barcelona y no me acerco a la calle Verdi. Son costumbres que he
llevado también a mis viajes a La Habana, Montevideo o Buenos Aires. Creo que las
ciudades cobran vida al verlas en el cine pero también que sus cines muestran
algo de la vida que tienen las ciudades.
Aquí me encantan las noches del Marta (mi
querido cine de Avilés), las tardes de los jueves en la Casa de la Cultura o los
atracones de cada noviembre en el festival de Gijón. Y ha sido un regalo
maravilloso que estos placeres se hayan multiplicado con las proyecciones
diarias en versión original (a tres euros unas veces, gratis otras) que tanto
nos han hecho disfrutar a tantos en el Niemeyer. Para mi, la sala de cine más
bonita del mundo.
Por eso no olvidaré nunca a quienes han hecho
posible lo que hemos vivido en estos cinco meses. Pero tampoco olvidaré
nunca a quienes ahora truncan este sueño. Ni tampoco a los equidistantes y
neutrales que tanto bien les hacen a los que hacen el mal. Lo bueno de la vida
se lo debemos a quienes con ilusión hacen las cosas, no a quienes con rencor las
destruyen.
No sé qué pasará a partir de ahora con el
Niemeyer, pero sé que desde el martes ya no podré ver en su cine una nueva
vieja película cada día. De alguna manera, contrariando a Tavernier, hoy
termina todo.
Rashomon de
Akira Kurosawa, Io Don Giovanni de Carlos Saura, Trono de sangre de
Akira Kurosawa, El séptimo sello de Ingmar Bergman, Ocho y medio de
Federico Fellini, Los cuatrocientos golpes de François Truffaut, Amarcord de
Federico Fellini, Goya en Burdeos de Carlos Saura, Cortometrajes
de Lotte Reiniger, La noche oscura de Carlos Saura, Metrópolis de
Fritz Lang, Ciudadano Kane de Orson Welles, Toro salvaje de
Martin Scorsese, Rebelde sin causa de Nicholas Ray, Maami de
Tunde Kelani, El cartero siempre llama dos veces de Bob Rafelson, Looking
for Richard de Al Pacino, Titus de Julieta Taymor, Senderos
de gloria de Stanley Kubrick, Ricardo III de Laurence
Olivier, Fresas salvajes de Ingmar Bergman, La caja de música de
Constantin Costa-Gavras, Martha Marcy May Marlene de Sean Durkin, Margin
Call de J. C. Chandor, American Beauty de Sam Mendes, Ladrón
de bicicletas de Vitorio de Sica, El discreto encanto de la burguesía de
Luis Buñuel, El ángel exterminador de Luis Buñuel, El tambor de
hojalata de Volker Schlöndorff, El joven Törless de Volker
Schlöndorff, El honor perdido de Katharina Blum de Volker
Schlöndorff, Frances de Graeme Clifford, José y Pilar de
Miguel Gonçalves Mendes, La gran ilusión de Jean Renoir, All
that jazz de Bob Fosse, El limpiabotas de Vittorio de Sica,
Lula, el hijo de Brasil de Fabio Barreto, La samba que vive en
mi de Georgia Guerra-Peixe, Woody & Stock de Otto
Guerra, Hotel Atlántico de Suzana Amaral.
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