14 de octubre de 2012

Primera evaluación

(Publicado en Escuela el 1 de diciembre de 2011)

22 de diciembre: lotería, villancicos en algunas aulas, notas de la primera evaluación… Un rito anual que asociamos con nuestra infancia y adolescencia. Pero también una fecha emblemática que viene a cerrar el primer trimestre de nuestro trabajo como docentes.

Quienes, como alumnos o como profesores, estábamos en los institutos en los años ochenta sabemos lo mucho que ha cambiado en ellos el tiempo escolar del primer trimestre. En aquellos años era raro que las clases comenzaran antes de que acabara septiembre y era frecuente que los interinos llegaran a los centros en torno a la fiesta del Pilar. Así que a mediados de diciembre apenas llevábamos dos meses efectivos de clase y había que apurar los días disponibles para hacer los exámenes. La primera evaluación solía ser hacia la última semana de clase y los boletines de notas se entregaban justo antes de las vacaciones. Entre los exámenes y las notas había un breve tiempo muerto que cada profesor usaba según su carácter: unos lo entretenían como podían (poniendo películas o simplemente dejando hacer), otros intentaban mantener la normalidad y comenzaban el siguiente tema.

Seguramente aquellas costumbres invernales de los ochenta continuaban tradiciones de muchas décadas. Sin embargo, el mes de diciembre empezaba a verse afectado en aquellos años por una circunstancia que, desde entonces, singulariza el calendario escolar de nuestro país: la nueva festividad del día 6, añadida a la del 8 y convertida muchas veces en puente, hace de diciembre un mes especial en el número de jornadas lectivas disponibles y en su continuidad.

Tres décadas después las cosas han cambiado mucho. Las clases en los institutos comienzan hacia la segunda semana de septiembre y no son pocos los centros que han decidido romper con las inercias históricas, repartiendo más racionalmente los ritmos del trabajo escolar. Una de las formas de hacerlo es evitando la tradicional vinculación entre las vísperas de las vacaciones y las fechas de evaluación.

A primeros de diciembre ya van casi tres meses de clase (seguramente los más productivos del año) y prácticamente ha transcurrido un tercio del tiempo lectivo del curso. Por eso en muchos institutos la primera evaluación se realiza justo antes del puente de la Constitución. En ellos ese puente se convierte en lo que debe ser: un tiempo de descanso para alumnos y profesores tras el esfuerzo anterior. Después siguen quedando un par de semanas de normalidad educativa en las que se avanza en nuevos contenidos que corresponderán ya a la segunda evaluación. Una normalidad que, además, permite que los tutores puedan entrevistarse con las familias antes de las vacaciones de Navidad para comentar los resultados de la evaluación y las medidas que entre todos se han de adoptar (que ya se van adoptando en esos días). Todo eso no se puede hacer si las notas se dan en torno al 22 de diciembre y el contacto entre las familias y los centros queda interrumpido hasta el 8 de enero, ese tiempo de retorno en el que se despereza el nuevo año y lo anterior parece olvidado sin remedio.

Sin embargo, aunque el trimestre comience mucho antes, en algunos centros se mantienen las inercias tradicionales y se deja la primera sesión de evaluación para las últimas semanas antes de las vacaciones. Algunos profesores defienden esta anomalía considerando que así puede “entrar más” en esa evaluación o que se dispone de más tiempo para valorar exámenes y trabajos (aunque luego, como siempre, se acaba acumulando todo al final).

La primera evaluación no es la última, es solo la anterior a la segunda. Ambas son continuas y lo que “no entre” en una “entrará” en la otra. Quizá esa tendencia a
  demorar la primera evaluación se deba simplemente al comprensible deseo de que ninguna planificación general condicione los ritmos particulares de cada cual. Pero si aquella es más racional que estos se debería asumir que en los centros educativos el todo debe ser más que la suma de las partes.

Mantener tradiciones que no son mejores acaba haciendo que nuestro trabajo sea peor. En los institutos en que se evalúa al final del primer trimestre, los días previos al de la lotería tienden a ser más problemáticos que en aquellos otros que evalúan varias semanas antes. Allí no se disfruta de esa sensación de merecido descanso que los demás tenemos en el puente de la Constitución. Ni de la normalidad con que vivimos ese fructífero tiempo que resta hasta las vacaciones de Navidad.
No todas las mejoras en nuestro sistema educativo dependen de las normas y de las administraciones. Por suerte, algunas (poco visibles, pero quizá no poco importantes) están en nuestras manos. Para promoverlas solo es necesario que la racionalidad le gane la partida a la inercia y que asumamos que a todos nos interesa que los ritmos educativos y las actividades de los centros se desarrollen en las mejores condiciones.

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