(Publicado en Escuela el 17 de mayo de 2012)
Esta semana han sido evaluados miles de alumnos de 2º de bachillerato en España. El resto apuran ahora sus últimos días de clase antes de la evaluación final. En Asturias fueron evaluados todos entre el 11 y el 14 de este mes. Para entonces llevábamos 145 días lectivos desde septiembre y faltaban aún 30 de los 175 días que según la LOE ha de tener el curso escolar.
La explicación de ese adelanto de la evaluación final es bien conocida: como las pruebas de acceso a la universidad (PAU) se celebran antes de que acabe el curso y hay que respetar los plazos de reclamación de calificaciones y de matriculación en la PAU, la evaluación final de 2º de bachillerato se adelanta a mayo, incluso a la primera quincena de mayo. Es decir, hasta seis semanas antes de que finalice el curso escolar. Y seis semanas de clase dan para mucho.
No deja de ser curioso que el único nivel cuyos contenidos son objeto de una prueba externa sea precisamente el que tiene menos tiempo para su desarrollo antes de la evaluación final.
Para afrontar este problema los profesores tenemos dos estrategias. La primera es trabajar a uña de caballo desde septiembre para que la evaluación final incluya todo lo previsto en la programación. Pero en un curso bien nutrido de contenidos, el eufemísticamente llamado tercer trimestre acaba teniendo una tensión y una densidad de exámenes que hacen que ningún estudiante olvide esa primavera. La otra estrategia es llegar a la evaluación final con el trabajo inconcluso y desarrollar la parte del programa que falta en las clases pre-PAU. Pero a esas clases ya no suelen asistir todos los alumnos. Así que ninguna de esas dos estrategias es realmente satisfactoria.
Por otra parte, tras 2º de bachillerato no hay solo estudios universitarios. Para los alumnos que cursarán formación profesional esa tensión y esa finalización abrupta del curso motivadas por la PAU son tan injustificadas como negativas.
Lo cierto es que, aunque sea absurdo, no es el calendario escolar el que determina las fechas de celebración de la PAU, sino que son las fechas de la PAU las que determinan nuestra evaluación final. Curiosamente la planificación de una prueba que versa sobre los contenidos de 2º de bachillerato acaba reduciendo el tiempo disponible para aprenderlos. Que ello sea así desde hace años no implica que sea razonable. Por tanto, convendría buscar otras alternativas para armonizar la PAU con el calendario escolar.
Si la PAU no evaluara los contenidos de las materias sino que fuera realmente una prueba de madurez sobre competencias como la comprensión lectora, la expresión escrita o el dominio de una lengua extranjera, se podría realizar en cualquier momento del año (por ejemplo, en marzo o abril, como las pruebas de diagnóstico) sin interferir con la finalización y evaluación del curso. Sin embargo, los resultados de esa prueba de madurez podrían ser conocidos antes de la evaluación final, lo que seguramente condicionaría las calificaciones de 2º de bachillerato (y quizá de modo distinto en los centros públicos y privados). No parece, por tanto, que esta sea una buena alternativa.
El Real Decreto que regula el currículo del bachillerato prescribe el tiempo lectivo de las materias por cursos y no por semanas, así que otra opción podría ser ampliar el horario semanal de 2º de bachillerato para desarrollar las 1050 horas de ese curso en los 145 o 150 días realmente disponibles hasta mediados de mayo. Siendo legalmente posible no parece, sin embargo, razonable recuperar el carácter lectivo de las mañanas de los sábados, como hace cincuenta años, o ampliar la jornada diaria a siete horas lectivas. Sobre todo porque a ese curso tan corto e intenso le seguiría un verano innecesariamente largo.
¿No hay otra manera de resolver este problema? Quizá la solución sea más obvia: aprovechar mejor el mes de julio y ubicar a finales de ese mes la segunda convocatoria de la PAU haciendo que la primera sea, como parece lógico, cuando termina el curso escolar.
Cambios más profundos frente a las inercias de los calendarios tradicionales se están haciendo ya en nuestras universidades. De hecho, muchas de ellas comienzan el curso en los primeros días de septiembre (antes incluso que la educación primaria y secundaria) y para ello realizan sus convocatorias extraordinarias de evaluación antes de las vacaciones de verano.
No sería lógico que la racionalización del calendario de los estudios de grado coincida con la perpetuación del error de celebrar la PAU antes de que termine el curso en bachillerato y se consolide el absurdo de que la evaluación final de un nivel tan crucial como 2º de bachillerato se haga en mayo, varias semanas antes de que acabe el tiempo lectivo.
Seguramente convendría hablar de pruebas extraordinarias en julio. Pero no para dar la razón a esos políticos que plantean amenazas mezquinas al profesorado, sino para engrasar mejor la importante bisagra que relaciona al bachillerato con los estudios universitarios.
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