16 de octubre de 2012

¿Tienen futuro los programas de diversificación?

(Publicado en Escuela el 16 de febrero de 2012)

Lo que sí tienen es pasado. Y un buen pasado, por cierto. Miles de jóvenes superan cada año sus dificultades y consiguen el título de graduado en ESO a través de los programas de diversificación curricular. Y ello porque se considera posible y deseable que alcancen esa titulación, aunque sea con diecisiete o dieciocho años.

Un centro de secundaria con ochenta o cien alumnos en cada nivel puede tener hasta quince de ellos en los grupos de diversificación de 3º y de 4º de la ESO. Son adolescentes cuyas dificultades de aprendizaje no se resuelven con repeticiones ordinarias. En los programas de diversificación se adaptan los currículos y se promueve un trabajo integrado que les ayuda a continuar con éxito en la educación postobligatoria. Así se evita que formen parte de ese porcentaje de no graduados en la ESO que sigue distanciando a nuestro sistema educativo de las tasas europeas de éxito escolar.

Esas deseadas cifras europeas son las que ya tienen las comunidades autónomas que han apostado decididamente por programas de este tipo. Es verdad que los porcentajes más elevados de titulación en la ESO a los dieciséis, y especialmente  a los diecisiete y a los dieciocho años, se dan en el norte, en las zonas menos afectadas por los cantos de sirena con los que el ladrillo atrajo a tantos jóvenes en la década pasada. Pero precisamente ahora que esos cantos han cesado no tiene sentido desincentivar la permanencia en la ESO después de los dieciséis años. Y mucho menos normalizar su finalización a los quince.

Eso es lo que supondrá en la práctica la conversión del 4º de la ESO en un 1º de Bachillerato. Más allá de la trampa nominal de hablar de tres años de bachillerato (beneficiosa seguramente para los grandes centros privados que podrán concertar también esa etapa), esa medida tendrá efectos muy negativos para los alumnos de quince años con más dificultades. Naturalizar la salida temprana de la ESO no hará que el bachillerato sea mejor (al contrario, organizado en tres cursos será menos flexible y más propicio para las repeticiones y la acumulación de materias pendientes) pero perjudicará seriamente a la formación profesional, a la que se accederá un año antes y con menos formación. Esta tendencia a acortar la educación básica común ya se apuntaba con la Ley de Economía Sostenible que adelantaba a los quince años la entrada a los PCPI. Ahora parece que se consolida este error con la anunciada reducción de un curso en la ESO.

La educación básica es muy importante y es deseable que todos los jóvenes alcancen las competencias propias de la ESO, aunque sea después de los dieciséis años a través de programas de diversificación u otras medidas de atención a la diversidad. Esa es la idea que ha presidido las políticas y las prácticas educativas que más nos han acercado a los niveles europeos de éxito escolar. Por desgracia, parece que está siendo sustituida por otra según la cual debe ser la edad y no el logro de las competencias básicas lo que marque el final de la ESO para los alumnos.

A las comunidades autónomas, a los centros y a los docentes que, en los últimos quince años, han apostado por mejorar los niveles de éxito en la educación obligatoria trabajando duro para que más jóvenes consigan graduarse en la ESO, se les iguala por abajo con quienes, por las razones que sea, no lo han conseguido. Pero el camino debería ser el contrario: utilizar donde se ha fracasado las fórmulas que han demostrado tener éxito. Justamente ahora que el mercado laboral ya no invita al abandono temprano del sistema educativo resulta más absurdo acortar la ESO adelantando la entrada en la formación profesional y reduciendo la formación y madurez con que se llegará a ella.

Últimamente se habla mucho del bachillerato de tres años, pero se comenta poco la situación en que quedarán los programas de diversificación curricular.  Seguramente ese silencio delata su incierto futuro. Y también pone de manifiesto el peso de esa tradición tan nuestra de olvidar lo que, sin quejas ni alharacas, funciona bien y de despreciar la experiencia y el buen hacer de quienes, callada pero tenazmente, lo hacen posible.

¿Qué será del caudal de prácticas innovadoras en la atención a la diversidad que se han desarrollado durante estos quince años? ¿Qué será de esos proyectos comprometidos con el progreso educativo de los jóvenes que se han consolidado con esfuerzo en tantos centros españoles? ¿Se acabará perdiendo toda esa experiencia con el aluvión de cambios que nos esperan tras la nada inocente ocurrencia de llamar primero de bachillerato al que seguirá siendo, para quienes lo cursen, el cuarto curso de su educación secundaria obligatoria?

Quizá debamos reivindicar el valor educativo y el éxito histórico de los programas de diversificación antes de que el BOE los postergue o los devalúe. Antes de que se haga efectivo el retorno a aquella secundaria dual y jerarquizada que teníamos hace cuatro décadas.

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