(Publicado en Escuela el 8 de septiembre de 2011)
Cualquier aficionado a la jardinería lo sabe. Un tutor sirve para acompañar y guiar el crecimiento del árbol impidiendo que se tronche o se malogre. El tutor es la guía que lo acompaña y le da soporte hasta que es fuerte y su desarrollo no peligra.
Un papel similar tiene también el tutor en el sistema educativo. Educar significa dirigir, encaminar y está emparentado con “ducere” (conducir) y “educere” (sacar afuera, criar). Esa función de guía, orientación y seguimiento que corresponde a los tutores es, por tanto, central en la acción educativa. Especialmente para los alumnos que tienen más probabilidades de ver malograda su educación básica en edades tan delicadas como las de la adolescencia.
En España desde la educación infantil hasta la secundaria la formación del alumno está acompañada cada curso por un docente que se encarga de su seguimiento. Es el tutor. Alguien que está casi todo el tiempo con su grupo de alumnos en la educación infantil, que pasa buena parte de la semana con ellos en la primaria y que está sólo algunas horas en secundaria. Por eso, desde que esta etapa es obligatoria, existe una hora semanal específica para la tutoría.
El profesor de secundaria está con cada grupo dos, tres o cuatro horas, según la asignatura que imparta. Cuando es tutor tiene una hora semanal más para desarrollar esa labor en el aula. Es una hora lectiva que sirve para la atención al grupo y a cada alumno, para el intercambio cotidiano de información sobre la marcha del curso, para el seguimiento de las tareas y para diversas actividades transversales a las que aún son refractarios los currículos de las asignaturas. Pero también es un tiempo para la catarsis, para expresar y manejar las tensiones y para reflexionar sobre los pequeños problemas que surgen cotidianamente en un sistema tan balcanizado y complejo como el de la enseñanza secundaria. Es, en suma, un tiempo reservado para una comunicación no centrada en la disciplina de las disciplinas. La hora de tutoría permite informar, escuchar, reprender, comprender, generar las complicidades y establecer los vínculos que hacen posible compartir fines educativos y reforzar los afanes para alcanzarlos. Es, por tanto, un tiempo valioso y con mucho contenido.
Comunidades autónomas bien paradas en los indicadores de éxito educativo han venido apostando desde hace años por la acción tutorial. En algunas, no solo se ha consolidado la hora lectiva con el grupo también en el bachillerato, sino que la función tutorial en la ESO tiene el mismo reconocimiento en el horario del docente que la jefatura de departamento.
Y es lógico. Un jefe de departamento coordina el trabajo didáctico de los profesores que lo componen (¿tres?, ¿cinco?, ¿siete?), todos de la misma especialidad y con una diversidad profesional no mayor que tener o no destino en el centro y ser o no catedráticos. Un tutor tiene a su cargo un buen número de adolescentes (¿veinte?, ¿veinticinco?, ¿treinta?) mucho más diversos. También es el responsable de la comunicación cotidiana con sus familias. El tutor es el mediador entre los alumnos, las familias y el equipo docente formado por los (¿doce?, ¿catorce?, ¿dieciséis?) profesores que dan clase a su grupo. No tiene, por tanto, menos complejidad, responsabilidad y relevancia el trabajo del tutor que el del jefe de departamento. Aunque generalmente tenga menos reconocimiento en el horario y en la nómina.
La mayor o menor valoración de la labor tutorial tiene, además, un efecto simbólico. Si se da más importancia al trabajo de los jefes de departamento que al de los tutores se están reforzando las estructuras verticales tradicionales de los centros y se dificulta el desarrollo de otras formas de organización basadas en la coordinación horizontal de los equipos docentes. Y es esa coordinación horizontal la que resulta especialmente sensible a las necesidades de aprendizaje del alumnado y no sólo a las inercias propias de la enseñanza de las disciplinas.
Quienes entienden que la tutoría es labor doméstica y familiar, que a los centros escolares se entra educado y se sale enseñado, que el buen docente es básicamente un (re)transmisor de los contenidos de los libros de texto, no lamentarán que quizá un día la labor tutorial tenga que hacerse de forma casi clandestina. Son seguramente los que no quieren (ni suelen) ser tutores, los que no saben qué hacer en el aula cuando entre ellos y sus alumnos no hay una asignatura que enseñar. Los demás (seguramente la mayoría) sabemos que apostar decididamente por la acción tutorial es especialmente importante para los alumnos que tienen más dificultades y es un factor de calidad muy relevante en el sistema educativo.
La jardinería y la educación se basan en el cuidado y en la atención continua. Son lo opuesto a la ley de la selva, al sálvese quien pueda. La acción tutorial no está en la lógica de la selección y la segregación, sino de la inclusión y la integración. Quizá por eso algunos la consideran prescindible.
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