(Publicado en Escuela el 21 de febrero de 2013)
¿Cómo se aprende la ciencia? Con bastante dificultad. ¿A quién le interesa? A unos pocos. La tentación de responder así es grande. De hecho, muchos alumnos perciben de ese modo las matemáticas, la física o la química, disciplinas que parecen solo aptas para los más capaces y los más tenaces.
La bata (del investigador de laboratorio) y la bota (del investigador de campo) pueblan muchos sueños infantiles sobre el futuro profesional. Pero cuando en el camino se cruza el álgebra, la cinemática o la tabla periódica, esos sueños se desvanecen para muchos alumnos que acaban optando no por lo que querrían estudiar sino por lo que no les queda más remedio que elegir. Y es que la dificultad de esas materias está tan naturalizada como la idea de que sus contenidos son refractarios a la relevancia social, sus competencias ajenas a la creatividad y sus controversias distantes de lo axiológico.