(Publicado en Escuela el 5 de noviembre de 2015)
Los ojos de la guerra es el título de un documental con el que
Roberto Lozano reivindicó la mirada comprometida de quienes nos muestran la
otra cara del mundo. Gentes como Enrique Meneses, Gervasio Sánchez o Rosa María
Calaf, que nos han hecho mirar lo que habitualmente no vemos y ver lo que
algunos no quieren que miremos.
A
veces pienso que en nuestros colegios e institutos nos faltan perspectivas como
las suyas. Miradas que hagan visible lo que ocultan las rutinas. Que muestren
que los alumnos son más que seres buenos o malos según sus resultados en los
exámenes y sus actitudes en las aulas. Que pongan de manifiesto que valorar y
evaluar no consiste solo en señalar con bolígrafo rojo sus errores. Y que nos
recuerden que los humanos aprendemos más cuando se incentivan los intentos que
cuando se magnifican los fallos.
Pero
no es solo a quienes están al otro lado del currículo a los que la escuela hace
a veces invisibles. También les sucede a los docentes más inquietos. Y es que
la creatividad y la innovación no cotizan muy alto en algunos claustros. De
hecho, impugnar las rutinas y reclamar el compromiso es la mejor manera de
terminar en el ostracismo en no pocos de ellos.