Ahora
parecen muy lejanas las controversias sobre el control parental, los vapores
STEAM, las ilusiones bilingües y tantas otras modas mediáticas sobre la
escuela. Las urgencias de la realidad hacen que el debate sobre el futuro de la
institución escolar y la posibilidad de una educación sin escuelas no sea solo una
especulación prospectiva de los teóricos de la educación sino una circunstancia
que ahora mismo es real en muchos países. Los docentes, los centros escolares y las
administraciones educativas afrontan esta situación imprevista generando
estrategias que llegan a los hogares desde lo micro (la materia y el aula), lo
meso (el centro escolar) y lo macro (el sistema educativo), los tres niveles relevantes
en la acción educativa.
Programas
en los que se enseña a hacer raíces cuadradas por televisión, profesores que
dan sus clases desde casa a la hora que tenían en su horario, centros que
organizan espacios virtuales compartidos y dan a los tutores el papel más
importante en la comunicación con las familias… Implicación máxima y
coordinada, iniciativas multiplicadas hasta el paroxismo y también encargos
continuos de tediosos teledeberes que ahora los alumnos ya no pueden llevar a
las clases particulares. Acompañamiento y orientación prudente a los alumnos y
sus familias por parte de tutores comprometidos con su función, pero también
docentes que siguen trabajando como siempre desde su taifa disciplinar en estos
tiempos difíciles.
Y al otro lado, situaciones bien diversas. Casas con jardín, habitación propia, libros, buena luz y máxima conectividad junto a otras que dan a patios interiores que apenas ven el cielo, en las que hay teléfonos celulares pero no ordenadores y en las que no hay más libros que los de texto. Alumnos que tienen a sus padres en casa, libres del miedo al contagio y apoyándolos en todo momento, pero también otros cuyos padres trabajan ahora con miedo o sufren el miedo a no poder trabajar. Familias cuyos abuelos (desde casa o en una residencia) reciben la dosis diaria de terror que les suministran las pantallas y, por supuesto, familias con más motivos que nadie para no ser olvidadas: las que han sido directamente afectadas por esta tragedia.
Y al otro lado, situaciones bien diversas. Casas con jardín, habitación propia, libros, buena luz y máxima conectividad junto a otras que dan a patios interiores que apenas ven el cielo, en las que hay teléfonos celulares pero no ordenadores y en las que no hay más libros que los de texto. Alumnos que tienen a sus padres en casa, libres del miedo al contagio y apoyándolos en todo momento, pero también otros cuyos padres trabajan ahora con miedo o sufren el miedo a no poder trabajar. Familias cuyos abuelos (desde casa o en una residencia) reciben la dosis diaria de terror que les suministran las pantallas y, por supuesto, familias con más motivos que nadie para no ser olvidadas: las que han sido directamente afectadas por esta tragedia.