30 de enero de 2020

Deberes y haberes

(Publicado en Escuela el 29 de enero de 2020)

“No hizo las tareas”, “no trajo el cuaderno”, “aún me debe varias fichas”. Frases como esas se escuchan con frecuencia en las reuniones de equipos docentes y en las sesiones de evaluación. Con ellas se enuncia el diagnóstico y la explicación de muchos problemas. A veces se resumen con un lacónico “no trabaja nada en casa” que parece explicar los fracasos. Y es que para el éxito escolar resulta muy relevante lo que se hace con el tiempo extraescolar en el espacio doméstico. Las veinticinco horas que los menores pasan en las aulas de la educación primaria y las treinta de la secundaria no parecen suficientes. Y no solo para que las valoraciones sobre ellos lleguen a ser sobresalientes sino simplemente para que no se les declare insuficientes. 
 
Desde los primeros años de Ley General de Educación ha habido un runrún crítico hacia los deberes bastante justificado. Si para el éxito escolar resulta determinante el trabajo extraescolar (la educación en la sombra de Marc Bray) la escuela no solo confirma y acredita la desigualdad de las familias (el capital cultural de Pierre Bourdieu) sino que menosprecia el propio valor del tiempo escolar al declararlo insuficiente para el aprendizaje. Sin embargo, esa supuesta carencia de tiempo lectivo no lleva a que los profesionales demanden su incremento (con la jornada partida, con la extensión del calendario lectivo o con el cuestionamiento de que las horas escolares tengan menos de sesenta minutos), sino que se convierte en reproche hacia los alumnos y sus familias por los incumplimientos de unos deberes que los docentes tendrían derecho a encargar y a evaluar pero de cuyo tiempo de ejecución no serían responsables. Es como si el tiempo escolar fuera el de la enseñanza pero el tiempo del aprendizaje fuera otro. Es el viejo modelo entarimado según el cual la clase está para que el profesor explique y el alumno atienda, pero este habrá de estudiar y aprender fuera de ella lo que aquel someterá a prueba en el examen, ese detector infalible de la verdad pedagógica que tanta presencia tiene en las instituciones escolares y tan poca fuera de ellas. 

No es extraño, por tanto, que el tiempo extraescolar incluya momentos de tedio o de tortura doméstica con los dichosos deberes escolares. Ni que proliferen y se hagan imprescindibles esas clases tan oportunamente denominadas particulares. Porque, efectivamente, parece ser privada y particular la forma en que se adquieren unos aprendizajes para los que esas veinticinco o treinta horas semanales no deben ser suficientes.