6 de noviembre de 2020

Sensatez en tiempos pandémicos

 (Publicado en Escuela el 5 de noviembre de 2020)


Prescindir de los libros de texto, de los exámenes y de las calificaciones numéricas. Si hubiera que pensar en algunas medidas que pudieran generar mejoras significativas en las prácticas de enseñanza y en la forma en que se aprende, seguramente esas serían las más relevantes. Tres años de cuarentena radical para esos tres pilares clásicos de la cultura escolar podrían tener efectos más innovadores que todas las evidencias e iniciativas acumuladas desde hace décadas por la investigación educativa, las reformas curriculares y la formación docente. El destierro, siquiera temporal, de las notas numéricas, los exámenes y los libros de texto sería una pequeña revolución escolar que facilitaría que la evaluación dejara de ser sinónimo de calificación, de depender de esas ceremonias a fecha fija llamadas exámenes y de tener como principal referente los contenidos de esos libros a los que la escuela da mucho valor pero que a nadie se le ocurriría leer si no estuviera obligado a ello.

Pero, ¿qué haríamos sin los libros de texto, sin los exámenes y sin las notas numéricas? Pues justamente eso: hacernos esa pregunta y tener que responderla. Y hacerlo poniendo al centro en el centro, sin el amparo de las taifas disciplinares ni de los tecnicismos burocráticos. Es verdad que para ello se necesitarían otras culturas docentes. Pero también es cierto que para cambiar las culturas profesionales lo que se necesita es precisamente terminar con esas rutinas tan confortables para los docentes menos reflexivos y tan poco útiles para los ciudadanos que se jubilarán en el último cuarto de este siglo (esos que están ahora en nuestras aulas). Sin embargo, es difícil imaginar una reforma normativa que se atreva a plantear unos cambios tan simples y tan radicales. Pero lo que quizá no consiga una ley orgánica es posible que lo logre este virus inesperado.

El Real Decreto-ley 31/2020 de 29 de septiembre por el que se adoptan medidas urgentes en el ámbito de la educación no universitaria, convalidado por el Congreso el pasado 15 de octubre, no prohíbe los libros de texto ni los exámenes, pero el coronavirus está haciendo que aquellos parezcan papel mojado en estos tiempos pandémicos y estos resulten bastante ridículos en contextos semipresenciales o confinados. Por su parte, sin prescindir de ellas, ese Real Decreto-ley ha removido las notas numéricas de su lugar como clave de bóveda de ese edificio asignaturesco que ha sido hasta ahora nuestro sistema educativo.

19 de octubre de 2020

La religión, el bachillerato y el Supremo

¿Qué pensaría usted si para acceder a estudios universitarios de gran demanda en su país se tuvieran en cuenta las calificaciones obtenidas en una materia confesional cuyo currículo es determinado por autoridades religiosas que son también las encargadas de designar a quienes la enseñan? ¿Qué pensaría usted si más de un 10 % de la calificación media del bachillerato pudiera depender de tales enseñanzas?

Seguramente pensaría que toda la parafernalia meritocrática que caracteriza a ese rito de paso que llamamos EvBAU (con sus notas de corte de tres decimales y con sus exámenes masivos en tiempos pandémicos) no deja de ser hasta cierto punto un simulacro si para entrar en el grado de Medicina o en los dobles grados más demandados puede resultar más recomendable cursar la materia de religión en bachillerato que esforzarse por arañar unas décimas en la dichosa prueba.

¿Y qué pensaría usted si en su país la materia de Religión no hubiera existido nunca en 2º de bachillerato ni en el COU (ni siquiera en la época anterior a los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede) pero deba existir en el curso 2020-2021 porque el Tribunal Supremo ha obligado a las Comunidades Autónomas a incluirla en sus currículos?

Seguramente no se creería que algo así haya podido suceder porque, aunque sepa que su país es bastante menos laico que Francia, nunca habría pensado que en la tercera década del siglo XXI las enseñanzas de religión tendrán más valor para entrar en la universidad española del que tenían antes de 1978. Antes de que se aprobara la Constitución y antes de que se firmaran los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede que supuestamente obligan ahora (pero no en los cuarenta años anteriores) a incluir las enseñanzas de religión en el último curso del bachillerato
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24 de septiembre de 2020

"Online"

 (Publicado en Escuela el 22 de septiembre de 2020)


Las lenguas son como el ADN virtual de las personas y los pueblos. Con ellas se van componiendo cadenas potencialmente infinitas de significantes y significados que se combinan y reproducen mientras las usamos. A lo largo de la historia se dan saludables hibridaciones y contagios entre ellas. De hecho, las lenguas son estructuras vivas que conservan en ese ADN virtual las huellas de su evolución para regocijo de etimólogos y hablantes. Pero en ocasiones también sufren infecciones que, sin que nos demos cuenta, afectan a la precisión de sus mensajes. Tal es el caso de muchas palabras y acrónimos ingleses que, cual si fueran virus, penetran y perturban los significantes y significados del español, esa lengua que no es solo la de quienes viven en España y que, aunque muchos lo olviden, es la segunda con más hablantes nativos en el mundo (y la primera no es el inglés).

En estos tiempos pandémicos hasta el nombre del temible virus resulta un buen ejemplo de la infección anglófila que padecemos. Diciendo COVID muchos creen estar siendo más precisos que si dijeran coronavirus. Y no son pocos los que insisten, muy puntillosos, en que se debe decir la COVID sin reparar en que a veces no se quiere aludir a la enfermedad sino al  virus y que, en todo caso, los artículos en inglés no tienen género. Por tanto, habríamos ganado mucho en precisión y claridad si en vez de importar aquel acrónimo llamáramos ECOVI a la enfermedad del coronavirus, un término bastante más oportuno para un hispanohablante que tener que llamar disease a lo que nadie desea.

El fenómeno anglovírico es reciente y creciente y, de hecho, está teniendo efectos nocivos en nuestra cultura científica (y también en la cultura sin adjetivar). Muchos hablantes de español saben que el SIDA es el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y que su causa es el virus de inmunodeficiencia humana, el VIH.  Pero si el virus y la enfermedad hubieran aparecido ahora sería menos probable que lo supieran porque seguramente no usaríamos esas siglas sino que estaríamos hablando siempre de AIDS y de HIV sin saber muy bien a qué se refieren. Eso es lo que nos está sucediendo con los dichosos PCR de los que muchos piensan que su primera letra tiene algo que ver con una prueba en la que se mete un tubito flexible por la nariz. Y así nuestros bachilleres de ciencias tienen más difícil saber que esas tres letras se refieren a la reacción en cadena de la polimerasa, algo que resultaría más intuitivo si en lugar de PCR dijéramos RCP (por cierto, para hablar de esas pruebas los ingleses no suelen decir PCR sino PCR test o COVID test).

14 de septiembre de 2020

Contenedores: 7 nuevos materiales en torno al coronavirus


Contenedores es un proyecto que nació en 2009 con el propósito de ofrecer propuestas didácticas inspiradas en documentos periodísticos y orientadas a promover una educación para la cultura científica en clave CTS. El nombre del proyecto expresa la voluntad de superar la clásica segmentación por disciplinas escolares y por ello los siete contenedores que lo integran responden a ámbitos temáticos generales sobre ciencia, tecnología y la sociedad más que a las fronteras clásicas del currículo.

Tras más de diez años publicando decenas de propuestas didácticas en cada uno de esos contenedores, en este 2020 me parecía necesario diseñar una serie de materiales en torno al coronavirus desde los siete ámbitos temáticos que articulan este proyecto.

10 de septiembre de 2020

¿Entornos digitales sin contornos educativos?

(Publicado en Revista Iberoamericana de Docentes el 8 de septiembre de 2020)

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Son curiosos los matices de las palabras entorno y contorno. Entorno significa ambiente, lo que rodea, mientras que contorno es el territorio o conjunto de parajes de que está rodeado un lugar o una población. Por tanto, contorno parece referirse a lo espacial de una forma más nítida que la palabra entorno. Los dos términos tienen una acepción que remite a las matemáticas, siendo el entorno el conjunto de puntos vecinos a otro y el contorno el conjunto de las líneas que limitan una figura o composición. Nuevamente hay más énfasis en lo espacial y sus perfiles al decir contorno mientras que lo relacional y atomizado parece más propio del entorno. Los dos términos también tienen otras acepciones y, como era de esperar, una de las del primero está en el ámbito de la informática. Allí entorno es el conjunto de características que definen el lugar y la forma de ejecución de una aplicación. Por su parte, contorno se usa en contextos aparentemente tan distantes como la lexicografía (conjunto de los elementos de la definición que informan sobre el contexto habitual del vocablo definido, en oposición a los elementos que informan sobre su contenido) o la numismática (canto de la moneda o medalla).

Pero no son sutilezas semánticas lo que pretende evocar el título de este texto al acompañar esos sustantivos con adjetivos como digital y educativo. Más bien se pretende plantear el interrogante de si tiene sentido suponer que los entornos digitales son usables de igual modo en diferentes contextos y si, con el advenimiento de aquellos, se puede obviar la existencia y naturaleza propia de los contornos educativos. Se trata de advertir, por tanto, frente al fetichismo de algunas tecnologías virtuales que, por ser menos tangibles, pueden resultar más propicias para el ocultamiento de determinados valores. Así que será bueno comenzar por preguntarnos qué caracteriza a los entornos y a los contornos educativos

La respuesta no es fácil pero, aun a riesgo de simplificar, podríamos señalar dos características fundamentales: la primera referida al entorno relacional de lo educativo y la segunda a su contorno topológico.

24 de julio de 2020

Cortar por lo sano

¿Cómo organizar la presencia de los escolares en cada aula y en cada centro cuando es precisamente la coincidencia en espacios cerrados lo que compromete la seguridad de las personas en estos tiempos de pandemia?

Sin duda el desafío no tiene una respuesta fácil. Ni única. Y estaría bien que todos partiéramos de este hecho para, mejor que reclamar duramente a otros, adoptáramos actitudes más constructivas y colaborativas. En este sentido, ayudan poco quienes demandan decisiones rápidas que consistirían principalmente en la contratación de muchos profesores sin tener en cuenta que las ratios por docentes no son más importantes que las ratios por espacios y de momento nadie está proponiendo un aumento radical (vía albañilería intensiva y estival) de la capacidad de nuestros edificios escolares.

La solución, por tanto, no puede ser única ni puede venir solo desde las administraciones. Las características propias de cada edificio escolar, el número de etapas y líneas que alberga, la diversidad de sus enseñanzas y el contexto en el que se sitúa hacen que no tengan sentido las soluciones de talla única. Ni tampoco las de talla escalable. Por eso es tan importante que, más allá de la definición genérica de los tres escenarios prospectivos que cabe suponer (actividades presenciales, actividades a distancia y actividades de carácter híbrido), tanto desde las administraciones como desde los propios centros se demuestre mucha flexibilidad, imaginación y responsabilidad en la forma de preparar esos tres escenarios que, por lo demás, tampoco deben ser concebidos como estancos.

10 de julio de 2020

Sadismo macro, meso y micro

La escena es brutal. Un hombre blanco que lleva unas gafas de sol sobre la frente mira a la cámara mientras aprieta con su rodilla el cuello de un hombre negro al que se oye decir que no puede respirar. Delante hay un policía que impide que nadie se acerque a ayudar a la víctima. El hombre de las gafas de sol tiene el porte de una rapaz o de un gran felino que oteara el horizonte mientras la presa agoniza bajo sus garras. Se oyen voces de gente que protesta pero el policía que se interpone entre ellos y la acción horrenda no se inmuta. Su conducta sería impensable si no fuera por un detalle importante: lleva el mismo uniforme que el hombre que está matando a otro hombre.

En un momento de la escena alguien acusa al hombre de las gafas en la frente de estar disfrutando con su acción. Sadismo impune y en directo. Si quien está matando al hombre negro y quien lo protege no fueran policías la escena no se habría prolongado durante más de diez minutos. Con seguridad alguien la habría interrumpido mucho antes. Quizá la propia gente que gritaba o quizá un policía al que habría avisado cualquier ciudadano para que detuviera al agresor.

Esa terrible muestra de sadismo micro tuvo una gran resonancia macro y ha abierto una nueva etapa de rebelión cívica contra ese racismo profundo que quizá sea la seña de identidad más diferencial de los Estados Unidos de América.

30 de junio de 2020

Fin de curso

Nadie tiene memoria de una situación comparable a la que hemos vivido en este curso: tres meses y medio con los centros escolares cerrados por una pandemia que en España se ha llevado la vida de decenas de miles de personas. Una situación excepcional que nos ha obligado a vivir y a trabajar en condiciones nunca antes conocidas.

Y ante la magnitud del desafío, creo que tenemos motivos para sentirnos orgullosos por la forma en que hemos sabido enfrentar el reto de estos 66 días lectivos sin aulas. Yo, al menos, lo estoy. Me siento orgulloso de mi alumnado y de sus familias, que han trabajado tenazmente demostrando destrezas y virtudes que a veces pasan desapercibidas en la cotidianidad de las aulas. Me siento orgulloso de los compañeros y compañeras con los que he colaborado en estos meses para llevar a nuestras aulas virtuales propuestas creativas bien distintas y distantes de esas tareas, deberes, entregas e instrucciones que caracterizan la lógica tediosa  de las inercias escolares. Me siento orgulloso de los tutores y tutoras de mi centro, los más importantes de entre todos nosotros, que han asumido plenamente su papel de nodos cálidos capaces de acompañar y cuidar de todo nuestro alumnado para que nadie se quede atrás en estas difíciles circunstancias. Me siento orgulloso de un equipo directivo que lo ha dado todo en estos meses, asumiendo el desafío de liderar y coordinar nuestro trabajo con especial atención a las necesidades y demandas de cada uno de los miembros de la comunidad educativa. Y también me siento orgulloso, por qué no decirlo, de unas administraciones educativas que, en mi país y en mi región, han sabido mantener ese difícil equilibrio entre continuar, en la medida de lo posible, la normalidad de un curso tan complicado como este y conseguir que todo el alumnado pueda comenzar el próximo sin cuentas pendientes.

4 de junio de 2020

¿Deben ser (más) obligatorias las matemáticas?

(Publicado en Escuela el 1 de junio de 2020)

Sucedió en 2013 durante la tramitación de la LOMCE en el Senado. El argumento de que algunos alumnos podrían entrar en el grado de Economía sin haber cursado la asignatura de Matemáticas en segundo de bachillerato hizo que, desde entonces, todos deban cursarla con independencia de su relevancia para otros grados universitarios o para la formación profesional superior a la que también da acceso el título de bachillerato.

Aquellos planteamientos encendidos vuelven ahora con la tramitación parlamentaria de una nueva ley que parece renunciar a ese grado de precisión prescriptiva dejando esos aspectos para los desarrollos reglamentarios, lo que permitiría cambiar asignaturas sin necesidad de modificar de nuevo la ley orgánica. Pero esa flexibilidad no parece agradar a los que estaban muy contentos con la forma en que la LOMCE había dejado atado y bien atado este tema.

Quienes ahora defienden la obligatoriedad radical de las matemáticas lo hacen mezclando argumentos relacionados con lo propedéutico y con la alfabetización matemática de la ciudadanía. La importancia de esta última es, sin duda, incuestionable. De hecho, se han podido comprobar sus carencias en estos tiempos de pandemia en los que se comparan hasta la saciedad los números absolutos de muertos o contagiados en cada país obviando cualquier referencia a los datos relativos en relación con sus poblaciones. Pero esa alfabetización sensata y necesaria no se consigue obligando a que los bachilleres demuestren que saben resolver problemas de ecuaciones lineales, conocen la Regla de Cramer, saben hallar la primitiva de una función, la inversa de una matriz o tienen muy claros los teoremas del valor medio y fundamental del cálculo integral. Todos estos son contenidos del currículo de la asignatura de Matemáticas de segundo de bachillerato, pero parece difícil sostener que resultan imprescindibles para la alfabetización básica de la ciudadanía. Tales contenidos serán necesarios para cursar determinados estudios universitarios, pero también es evidente que no son prepedéuticamente imprescindibles para los demás.

22 de mayo de 2020

EvBAU sólida

(Publicado en Escuela el 19 de mayo de 2020)

Se dice EvAU en unos sitios y EBAU en otros pero es la misma cosa: algo tan consolidado que, incluso en las circunstancias actuales, no se cuestiona que deba realizarse. Y es que, si el examen parece ser el estado sólido de la materia educativa, la EvBAU representa su cristalización más depurada.

En España se ha suspendido la Semana Santa, los toros y hasta la liga de fútbol, pero sobre la conveniencia de mantener la EvBAU apenas hay debate. De hecho, cuando nadie había oído hablar todavía de fases ni de desescaladas, ya se había confirmado que se haría y se habían fijado las fechas.

Antes se llamaba Selectividad, un nombre áspero que aún se sigue usando. Después fue la PAU, siglas mas amables que revelaban que su principal función no era seleccionar sino ordenar el acceso a los estudios universitarios. Pero hace unos años un ministro que no se fiaba de los docentes diseñó una ley orgánica en la que el bachillerato no quedaba acreditado hasta superar una prueba externa sobre todas sus asignaturas. Aquella ley sigue vigente pero lo previsto sobre este tema pareció tan aberrante que en 2016 se aprobó un parche con forma de Real Decreto-Ley para dejarlo en suspenso hasta que se alcanzara un Pacto de Estado, Social y Político por la Educación (así figura en el texto). Ese es el origen de la actual EvBAU, una prueba (que no evaluación, como indica su acrónimo) que resiste inmutable la llegada de un virus capaz de cambiarlo todo menos a ella. Porque la selectividad, la EvBAU o como se la quiera llamar, es lo más sólido de nuestro sistema educativo. De hecho, es la causa (o la excusa) de algo tan absurdo como que segundo de bachillerato termine y se evalúe cada año entre cinco y siete semanas antes de que finalice el curso escolar.

30 de abril de 2020

15 de abril de 2020

Aprobado general

(Publicado en Escuela el 21 de abril de 2020)


Es el tabú del momento. Según algunos, España no debería cometer el error de Italia. Podemos avanzar o no en las materias. Considerar el trabajo escolar realizado hasta marzo o también el del confinamiento doméstico. Estar todo el día en Teams o trabajar con Moodle. Llenar los redes de videos de profesores que cantan desde sus casas o de familias que se quejan por los deberes... Todo eso puede ser.  Pero lo que, según algunos, no nos podemos permitir es que todos pasen de curso. Esa es la letanía: que nada justifica (ni siquiera ahora) que se dé un aprobado general. 

Darlo, otorgarlo, concederlo... Porque aprobar parece una potestad discrecional de los docentes. Y también un fruto que solo deben alcanzar los que se lo merecen. Sobre lo segundo, sobre la cuestión del merecimiento (y más en estos tiempos), Sandel tendría mucho que decir. Sobre lo primero, sobre la potestad de aprobar y de suspender, es fácil desvelar lo tácito: ese viejo imaginario que concibe la labor evaluadora de modo principalmente binario.

Y es que el aprobado general parecía simpático cuando era una concesión del profesor que se jubilaba o de aquel otro que un buen día le daba por ahí. Pero ahora provoca rechazos por parte de quienes piensan que en ninguna circunstancia (ni siquiera en esta) es de recibo la posibilidad de que nadie repita el curso.

28 de marzo de 2020

¿Qué puede (y debe) ofrecer la escuela a los hogares confinados?

Ahora parecen muy lejanas las controversias sobre el control parental, los vapores STEAM, las ilusiones bilingües y tantas otras modas mediáticas sobre la escuela. Las urgencias de la realidad hacen que el debate sobre el futuro de la institución escolar y la posibilidad de una educación sin escuelas no sea solo una especulación prospectiva de los teóricos de la educación sino una circunstancia que ahora mismo es real en muchos países. Los docentes, los centros escolares y las administraciones educativas afrontan esta situación imprevista generando estrategias que llegan a los hogares desde lo micro (la materia y el aula), lo meso (el centro escolar) y lo macro (el sistema educativo), los tres niveles relevantes en la acción educativa.

Programas en los que se enseña a hacer raíces cuadradas por televisión, profesores que dan sus clases desde casa a la hora que tenían en su horario, centros que organizan espacios virtuales compartidos y dan a los tutores el papel más importante en la comunicación con las familias… Implicación máxima y coordinada, iniciativas multiplicadas hasta el paroxismo y también encargos continuos de tediosos teledeberes que ahora los alumnos ya no pueden llevar a las clases particulares. Acompañamiento y orientación prudente a los alumnos y sus familias por parte de tutores comprometidos con su función, pero también docentes que siguen trabajando como siempre desde su taifa disciplinar en estos tiempos difíciles.

Y al otro lado, situaciones bien diversas. Casas con jardín, habitación propia, libros, buena luz y máxima conectividad junto a otras que dan a patios interiores que apenas ven el cielo, en las que hay teléfonos celulares pero no ordenadores y en las que no hay más libros que los de texto.  Alumnos que tienen a sus padres en casa, libres del miedo al contagio y apoyándolos en todo momento, pero también otros cuyos padres trabajan ahora con miedo o sufren el miedo a no poder trabajar. Familias cuyos abuelos (desde casa o en una residencia) reciben la dosis diaria de terror que les suministran las pantallas y, por supuesto, familias con más motivos que nadie para no ser olvidadas: las que han sido directamente afectadas por esta tragedia.

10 de marzo de 2020

Horas curriculares, funcionales y de servicio

(Publicado en Escuela el 10 de marzo de 2020)

Tres son las categorías generales que distinguen la naturaleza real del trabajo docente en los centros: tiempo de atención directa al alumnado en relación con el currículo, tiempo para el desarrollo de funciones específicas asignadas a determinados profesores y tiempo para funciones genéricas que pueden desempeñar distintos profesores. Horas curriculares, horas funcionales y horas de servicio podrían ser los nombres para distinguir esas tareas cotidianas de los docentes.

Las horas curriculares son las correspondientes a la docencia directa, las relacionadas con la atención regular a una parte definida del alumnado bien sea en relación con el desarrollo ordinario del currículo, la atención a la diversidad u otras actividades análogas. En términos generales y desde hace varias décadas el profesorado de secundaria dedica a estas tareas en los centros públicos españoles 18 horas semanales (aunque durante algunos años ascendieron a 20). Sin embargo, no se suele tener en cuenta si la suma de esas horas está configurada por la docencia de materias con cuatro o cinco horas semanales o de aquellas que solamente tienen una o dos horas a la semana, con la consiguiente y notable diferencia en el número de grupos y de alumnos que pueden tener a su cargo distintos profesores.

Las horas funcionales en los centros no vienen derivadas directamente del desarrollo del currículo ni transcurren en el aula ante los alumnos. Es el tiempo para el desempeño de funciones específicas que determinados docentes tienen encomendadas durante uno o varios cursos. Tales serían, por ejemplo, las funciones propias de los tutores, los jefes de departamento, los responsables de determinados proyectos o los miembros de los equipos directivos. Se trata de funciones relativamente especializadas que se asignan a determinados profesores sobre las que tienen competencia y responsabilidad. Son funciones que, por lo general, no son intercambiables entre distintos profesores en un mismo curso. Los tiempos asignados a este tipo de tareas (que suelen restarse de aquellas 18) son diversos en relación con la carga de trabajo que se supone para cada función y con la importancia que se le concede al mismo. Así hay Comunidades  Autónomas en las que los tutores de la ESO tienen asignadas semanalmente, además de la hora de tutoría con sus alumnos, otra de reunión con las familias, otra de reunión con la Jefatura de Estudios y el Orientador y dos horas semanales más que se detraen de su carga de trabajo curricular para el desempeño de las tareas propias de su función tutorial. Por el contrario, también hay tutores de bachillerato en España que no disponen de una hora de tutoría en el aula con sus alumnos ni apenas tienen reconocidas otras horas para el desarrollo de esta importante función.

30 de enero de 2020

Deberes y haberes

(Publicado en Escuela el 29 de enero de 2020)

“No hizo las tareas”, “no trajo el cuaderno”, “aún me debe varias fichas”. Frases como esas se escuchan con frecuencia en las reuniones de equipos docentes y en las sesiones de evaluación. Con ellas se enuncia el diagnóstico y la explicación de muchos problemas. A veces se resumen con un lacónico “no trabaja nada en casa” que parece explicar los fracasos. Y es que para el éxito escolar resulta muy relevante lo que se hace con el tiempo extraescolar en el espacio doméstico. Las veinticinco horas que los menores pasan en las aulas de la educación primaria y las treinta de la secundaria no parecen suficientes. Y no solo para que las valoraciones sobre ellos lleguen a ser sobresalientes sino simplemente para que no se les declare insuficientes. 
 
Desde los primeros años de Ley General de Educación ha habido un runrún crítico hacia los deberes bastante justificado. Si para el éxito escolar resulta determinante el trabajo extraescolar (la educación en la sombra de Marc Bray) la escuela no solo confirma y acredita la desigualdad de las familias (el capital cultural de Pierre Bourdieu) sino que menosprecia el propio valor del tiempo escolar al declararlo insuficiente para el aprendizaje. Sin embargo, esa supuesta carencia de tiempo lectivo no lleva a que los profesionales demanden su incremento (con la jornada partida, con la extensión del calendario lectivo o con el cuestionamiento de que las horas escolares tengan menos de sesenta minutos), sino que se convierte en reproche hacia los alumnos y sus familias por los incumplimientos de unos deberes que los docentes tendrían derecho a encargar y a evaluar pero de cuyo tiempo de ejecución no serían responsables. Es como si el tiempo escolar fuera el de la enseñanza pero el tiempo del aprendizaje fuera otro. Es el viejo modelo entarimado según el cual la clase está para que el profesor explique y el alumno atienda, pero este habrá de estudiar y aprender fuera de ella lo que aquel someterá a prueba en el examen, ese detector infalible de la verdad pedagógica que tanta presencia tiene en las instituciones escolares y tan poca fuera de ellas. 

No es extraño, por tanto, que el tiempo extraescolar incluya momentos de tedio o de tortura doméstica con los dichosos deberes escolares. Ni que proliferen y se hagan imprescindibles esas clases tan oportunamente denominadas particulares. Porque, efectivamente, parece ser privada y particular la forma en que se adquieren unos aprendizajes para los que esas veinticinco o treinta horas semanales no deben ser suficientes.