21 de enero de 2022

José Antonio Acevedo Díaz

El pasado día 17 falleció José Antonio Acevedo Díaz. Era un sabio, un maestro y un amigo.  Su trayectoria ha sido la de un investigador excepcional en los campos de la didáctica de las ciencias, los estudios CTS y los temas relacionados con la naturaleza de la ciencia y la tecnología. Muchas de sus contribuciones han sido pioneras y referencia inexcusable en el panorama internacional. De su magisterio y su vocación iberoamericana pueden dar fe los muchos docentes e investigadores de los dos lados del Atlántico para los que sus textos y sus consejos han sido fundamentales. El homenaje que se le rindió en el II Congreso Iberoamericano de Docentes con las intervenciones de Carlos Osorio desde Colombia y Antonio García Carmona desde España es una prueba reciente de ello. Quienes tuvimos la suerte de tratarlo personalmente sabemos de su tenacidad, de su lealtad y de su interés por las personas. Juan Carlos Toscano, ese gran tejedor de redes, lo sabe bien y de la colaboración entre ambos nos hemos beneficiado miles de docentes e investigadores iberoamericanos. Un buen relato de su actitud comprometida con el trabajo y con las personas lo ha hecho Óscar Macías en un hermoso texto sobre los afanes que los dos compartían. Por mi parte puedo decir que José Antonio Acevedo era una de las personas más lúcidas, francas y leales que he conocido. Su enorme erudición era compatible con una prosa cristalina que ha hecho de sus textos (no exentos de una fina ironía) joyas de muy grata lectura a la par que documentos con un rigor académico insuperable. Un buen ejemplo de su interés por compartir trabajos y propiciar la difusión del conocimiento sobre la naturaleza e historia de la ciencia y la tecnología es el libro que escribió con Antonio García Carmona sobre algunos casos históricos de controversias tecnocientíficas. Sirva ahora el prólogo que me pidió para ese libro como homenaje a su figura e invitación a la lectura de los numerosos trabajos de un hombre cuyo legado seguirá siendo fundamental para la mejora de la educación y la cultura científica en Iberoamérica.

Humanizando la historia de la ciencia

 (Prólogo al libro Controversias en la Historia de la Ciencia y Cultura Científica 

de José Antonio Acevedo-Díaz y Antonio García-Carmona)

Tales, Euclides, Newton, Ohm, Coulomb, Faraday, Mendel… En las viejas pizarras escolares y en nuestros libros de texto eran frecuentes los nombres propios de la historia de la ciencia. De hecho, nos resultaban muy útiles como ayuda mnemotécnica. Mientras aprendíamos a retener conceptos o a resolver problemas no nos venía nada mal la ayuda de palabras tan sonoras como Pitágoras, Avogadro, Ruffini o Gay-Lussac para identificar teoremas, constantes, reglas o leyes. Cosas que, por lo demás, tampoco diferenciábamos con mucha claridad.

Pero, ¿quiénes eran esas gentes? ¿Cuándo vivieron? ¿Hicieron algo más que bautizar conceptos que nosotros debíamos aprender? ¿Tuvieron otra vida que la de los libros de texto? Esas preguntas pocas veces eran respondidas. Había demasiada prisa. Los programas de ciencias eran largos y no se podía perder el tiempo humanizándolos. Lo importante eran los conocimientos, no cómo se llegó a ellos. Aunque menos señalada, esa era otra de las brechas entre las dos culturas. Los nombres propios de la ciencia enseñada eran abstractos e intemporales, los de las humanidades escolares casi siempre eran hijos de un lugar y de un tiempo. Algo que no solo contribuía a alejar a la ciencia de las personas. También a falsificarla.

En las últimas décadas han venido apareciendo tímidamente en nuestras aulas algunos espacios curriculares protegidos en los que la enseñanza de lo científico ha podido liberarse un poco de las prisas, de las inercias y de los compartimentos estancos. Ciencia, Tecnología y Sociedad, Ciencias para el Mundo Contemporáneo o Cultura Científica, son los nombres de nuevas asignaturas que se han venido sucediendo en España en las que resulta un poco más fácil abordar las cuestiones propias de la naturaleza de la ciencia que antes quedaban opacadas por la disciplina de las disciplinas.


Hoy nadie puede considerarse culto si no conoce la importancia de contribuciones científicas y tecnológicas como las de Pasteur, Edison o Watson y Crick. Sin embargo, a veces nombres como estos pueden convertirse de nuevo en hitos heroicos, en meros iconos de progresos tecnocientíficos que acaban ocultando los procesos y casi falsificando la naturaleza de la ciencia. Por eso, conviene saber en qué tenía razón y en qué no Pasteur frente a Pouchet y frente a Liebig, en qué era más hábil Edison que Tesla o qué parte de su Nobel le debían Watson y Crick a Franklin (o por qué a esta no se la cita solo por su apellido como se suele hacer con aquellos).

José Antonio Acevedo-Díaz y Antonio García-Carmona han tenido el acierto de sintetizar de forma diáfana cinco episodios de la historia de la ciencia particularmente relevantes para entender su naturaleza. Y han conseguido que el resultado sea tan atractivo para el lector curioso como útil para el docente en su aula. De hecho, ambos vienen de esta y de la investigación sobre una didáctica de las ciencias particularmente atenta a lo que los enfoques de Ciencia, Tecnología y Sociedad y de la Naturaleza de la Ciencia pueden aportar a la educación de los ciudadanos y también en la formación de los futuros científicos.

Como pasa tantas veces, quizá también en este libro sea recomendable dejar para el postre los dos primeros capítulos. Esos que iluminan algunas de las lecciones que cabe extraer de los cinco episodios de controversias históricas que de forma tan amena y rigurosa se reconstruyen en esta obra. Unas lecciones que encuentran también una guía particularmente útil en los cuadros que los autores han incluido al final de cada capítulo.

Sin duda, este libro contribuye a demostrar que otra forma de entender la educación tecnocientífica es posible y necesaria. Por eso es un acierto que José Antonio López Cerezo y Juan Carlos Toscano hayan querido incluirlo en esta cuidada colección que, desde la Cátedra Ibérica CTS+I de la OEI y la Consejería de Economía y Conocimiento de la Junta de Andalucía, edita La Catarata.

Que José Antonio Acevedo-Díaz y Antonio García-Carmona hayan seleccionado como primer caso el del doctor Semmelweis y como último el de Edison y Tesla pone de manifiesto que la naturaleza de la ciencia y la relevancia que en ella tienen los factores no epistémicos no es un asunto que pueda interesar solo a quienes tienen afinidad hacia la ciencia básica. Y revela también que los artífices de la ciencia y la tecnología no deben quedar reducidos a la condición de hitos mnemotécnicos para escolares, sino que fueron protagonistas de episodios humanos que en su momento tuvieron tanta importancia para mejorar la vida de las personas como interés sigue teniendo ahora su conocimiento.


7 de enero de 2022

Diálogo (imposible) entre las palabras, las ideas y las cosas

 
   Las palabras: Lo lógico es que hablemos primero nosotras. Empezaremos por presentarnos. Nosotras somos la base del lenguaje, que es como decir que somos la base de todo. Estamos hechas con las letras de los alfabetos, pero nos podemos combinar de maneras casi infinitas con lo que nuestro mundo no se acaba nunca. Las palabras damos sentido a las cosas que se pueden tocar y también a las que no se pueden tocar. No sólo hablamos del mundo, sino que construimos el mundo. Es muy fácil hacer cosas con palabras.


   Las cosas: Aunque las palabras nos nombren, lo principal somos nosotras. Las cosas existíamos antes de que hubiera palabras y seguiremos existiendo tras el silencio de las palabras. La realidad no está constituida por palabras sino por cosas. Las palabras vinieron después. Son  símbolos nuestros. Resúmenes que nos sustituyen en la memoria de los sujetos. Pero si los sujetos no conocieran antes a los objetos, a las cosas, de nada les servirían las palabras que nos nombran.
 

   Las ideas: Nosotras sí que somos imprescindibles. Nosotras os ponemos en relación a vosotras dos. Las palabras no serían nada sin sus significados y ese es nuestro territorio. Las ideas no somos las cosas, como tampoco somos los sonidos o las imágenes de las palabras. Las ideas somos la base del lenguaje, lo que permite que palabras de diferentes lenguas puedan ser traducidas y entendidas. Y somos también lo que permite entender el mundo de las cosas. Los objetos no tienen sentido sin  nosotras. La realidad no es un conjunto de cosas amorfas. Entre las cosas hay semejanzas y hay orden. Y somos nosotras, las ideas, los significados que estamos entre las palabras y las cosas, las que damos sentido al mundo.