11 de febrero de 2014

Evaluación teleológica

(Publicado en Escuela el 6 de febrero de 2014)
 
La evaluación como causa final de la mejora educativa. Ese es el aristotélico presupuesto de la educación lomciana. Se enseña para evaluar. Se aprende para ser evaluado. Enseñar y aprender no son fines en si mismos. Ni se explican por intenciones distintas que la de obtener los mejores resultados en las pruebas externas. Serán esas evaluaciones las que, desde el futuro y desde fuera, orienten lo que se debe hacer en el presente de cada aula.

Nada de causas eficientes en el nuevo modelo educativo. Las causas que motivan la mejora no son los recursos. Ni los profesores. Ni su formación inicial o continua. Ni la innovación. Tampoco las culturas institucionales. En el nuevo modelo teleológico serán las pruebas externas las que lo mejorarán todo. Nos dirán qué hay que enseñar (y qué no). Nos dirán quién es apto (y quién no). Quién sobresale (y quién fracasa). Y todos sabremos a qué atenernos. Encontraremos nuestro lugar en la escala. Nuestra lugar en la escuela. Y nuestra escuela en la otra escala. Porque en el nuevo modelo la excelencia, como la competividad, será unidimensional.

La única causa revelante es, por tanto, la final. La forma del currículo no afecta a la sustancia de la calidad educativa. Su diseño puede ser tosco. Hasta rancio. Limitarse a la materia de las materias. Porque solo se trata de imponer la disciplina de las disciplinas y para eso sobran otras categorías. Los objetivos están de más. Los contenidos no son discutibles. Solo importan los estándares para la evaluación final. Los que definen la finalidad de todo el sistema. “¿Qué es lo que entra profe?”, decía el alumno limitando al examen lo que debía aprender. “¿Qué es lo que entra ministro?”, dirá la escuela entera en esta distopía educativa que se anticipa en el BOE.