(Publicado en Cuadernos de Pedagogía el 19 de octubre de 2021)
Lo que defienden no es nada nuevo. Más bien es lo viejo: los codos, la tarima, la disciplina de las disciplinas y un docentrismo imponente. Y todo eso como reacción ante una supuesta marea pedagogista que estaría inundando los centros y convirtiéndolos en verdaderos parques de atracciones en los que estaría prohibido aprender. Por eso los panfletos que escriben y leen los de la pedagogía cipotuda se presentan como un clamor de resistencia a favor del conocimiento, el saber y la memoria, valores supuestamente asediados por la ñoña ludificación educativa que promoverían esas hordas de psicopedagogos que, según ellos, dominan desde hace tiempo la gestación de las leyes y las prácticas en las aulas.
Es verdad que algunos de ellos se documentan y, aunque fuerzan los hechos y caricaturizan a sus adversarios, buscan evidencias en las que sostener sus tesis. Pero para muchos de sus lectores (y también para los que no leyendo se apuntan a los chascarrillos) los prosistas de la pedagogía cipotuda sirven de referentes para lucir con orgullo la camiseta de profesaurios y plantar cara a un demonio educativo que, al parecer, tendría tres nombres en España: LOGSE, LOE y LOMLOE.