20 de octubre de 2019

STEAM(E)

(Publicado en Escuela el 15 de octubre de 2019)

STEAM es una de las palabras de moda en educación. Su significado es un tanto vaporoso. De hecho, eso es lo que significa en inglés: vapor. Aunque también podría evocar algo así como equipo S o ciencia en equipo. Curiosamente, si se pone esa palabra en el buscador no hay nada en las primeras entradas que tenga que ver con la ciencia ni con la educación. Lo que aparece es una plataforma de distribución digital de videojuegos sobre la que hay mucha información en la red. Lo lúdico, lo compartido, y lo tecnológico es lo que tienen en común esa exitosa empresa y el acrónimo de moda en educación.

STEAM debería ser en español CTIAM. Sin embargo, quizá por la sonoridad del acrónimo en inglés o por su vaporosa semántica, no se suele traducir a nuestra lengua. Incluso se pronuncia en medio inglés: “estím”, que también tiene una sonoridad muy grata en catalán. Aunque no se suele pensar mucho en el significado de las palabras que lo componen, su origen está en STEM, un acrónimo acuñado por la agencia gubernamental que lidera en Estados Unidos la investigación y la educación fundamental en ciencia e ingeniería. La educación STEM es un enfoque que promueve una enseñanza integrada de esos cuatro ámbitos (ciencias, tecnología, ingeniería y matemática) y orientada a la resolución práctica de problemas tecnológicos. En los últimos años, la educación STEM ha incorporado también esa A (de artes) que parece subrayar la importancia educativa del componente creativo que también caracteriza a la innovación.

Sin embargo, la moda STEAM no deja de ser un tanto paradójica. Por una parte, promueve una educación que rompa las fronteras entre las disciplinas apostando por lo práctico, lo creativo y el trabajo colaborativo. Pero, por otra, es el banderín de enganche de reivindicaciones gremiales que simplemente reclaman más horas para las matemáticas y otras disciplinas afines. En este segundo sentido, el acrónimo alude más a las partes que al todo. Y de manera bien asimétrica, por cierto. De hecho, en inglés (y en la educación anglosajona) los perfiles y las intersecciones entre la tecnología, la ingeniería y las artes son muy diferentes a lo que entendemos por ellas en España. Por otra parte, la presencia de las disciplinas del acrónimo en nuestro sistema educativo es muy desigual, siendo la asignatura de matemáticas la que ocupa una porción mayor de nuestro currículo aunque, curiosamente, esa es también la especialidad con mayores niveles de exotitulación entre los docentes que la imparten.

El enfoque STEAM también se asocia con el fomento de las vocaciones científico-tecnológicas (actitudes STEAM), con la modernización de los espacios escolares (aulas STEAM) y con las prácticas educativas innovadoras (pedagogías y competencias STEAM). En eso sus bondades no se limitan a sus ámbitos temáticos sino que son compartibles y bien conocidas por quienes vienen promoviendo desde hace tiempo la enseñanza por proyectos, el trabajo cooperativo y la integración curricular. En definitiva, la impugnación y la superación del viejo paradigma narrativo-contemplativo que aún sigue presente en muchas aulas y, lo que es peor, en los presupuestos conceptuales desde los que todavía se diseñan y prescriben muchos currículos y muchas pruebas de evaluación externa.

Pero no es su posible redundancia lo que puede ser cuestionado de esta moda STEAM, sino más bien sus carencias.

Antes de que se hablara de educación STEAM ya existía en España y en Latinoamérica una vigorosa tradición de educación CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad). Una tradición concordante con las líneas anglosajonas de los estudios STS pero abiertas ambas a las hibridaciones y respetuosas con los diversos contextos culturales y lingüísticos. El enfoque CTS podría ser, de hecho, el hermano mayor de STEAM ya que el interés por promover vocaciones científicas, por acercar la ciencia y la tecnología a los ciudadanos y por fomentar una educación más en clave dialógico-participativa que meramente conceptual y transmisiva, han sido siempre señas de identidad de la educación CTS. Pero, además, este enfoque ha tenido también un nítido compromiso democrático y ha reivindicado la cultura científica como parte del acervo básico de todos los ciudadanos. Y ello porque, al igual que las sociedades en las que surgen, la ciencia y la tecnología (como los robots, los videojuegos y cualquier otro artefacto) incorporan también valores. Por eso, aunque sea muy importante, no se trata solo de derribar las fronteras entre las disciplinas, de orientar las actividades en el aula hacia el diseño de proyectos prácticos, ni de ludificar o incorporar el juego en la enseñanza (hay expresiones mejores que gamificar). Se trata también de aprender a valorar y aprender a participar en las decisiones relacionadas con el desarrollo tecnocientífico, Y eso no se propicia haciendo robots sino reflexionando sobre sus fines y sus valores y decidiendo de forma democrática sobre los componentes éticos y políticos que incorpora el diseño tecnológico.

Los niños que nacen bien entrado el siglo XXI y que llegarán a conocer el siglo XXII sin duda deben tener una educación que les prepare para los retos y los desafíos de unos cambios tecnocientíficos que en las próximas décadas quizá sean mayores que los habidos en los últimos milenios. Pero esa preparación no debe consistir solo en aprender a diseñar y usar de forma creativa dispositivos tecnológicos. También debe ayudarles a decidir sobre los rumbos que debe tener el desarrollo tecnocientífico y a recuperar esa genuina felicidad que proporciona el conocimiento de las leyes de la naturaleza y de la propia condición humana. 

Los desafíos que comporta la preservación del planeta o el desarrollo de la inteligencia artificial y el calado de la reflexión política, ética y filosófica de las decisiones que la humanidad habrá de adoptar en relación con esos y otros temas, desbordan con mucho el alcance de lo que hoy se entiende por educación STEAM. Ante esas cuestiones, tan importantes y tan urgentes, lo limitado de tal enfoque hace que resulte un tanto naif como eje sobre el que articular la educación sobre las ciencias y las tecnologías. 

Entre esos desafíos también está el propio futuro de las lenguas, cuya preservación o declive puede depender en gran medida del uso que hagamos de la inteligencia artificial en relación con ellas. Eso, claro está, si antes no las suicidamos con esta patológica anglofilia lingüística que se extiende aceleradamente entre nosotros y que nos hace despreciar el uso de nuestra propia lengua y olvidarnos, por ejemplo, del significado de siglas como CTS para abrazar acríticamente otras como STEAM, sin entender muy bien si lo de que se trata es de diseñar robots, de crear videojuegos o simplemente de jugar. Con esa ingenuidad y esa falta de reflexión vamos llenando nuestras aulas y nuestras vidas de palabras en inglés a la vez que obviamos o banalizamos la reflexión sobre lo que hacemos.

Así que quizá convendría añadir irónicamente otra vocal a ese acrónimo tan exitoso para señalar (en español y en inglés) lo mucho que nos mola esta nueva moda.

2 comentarios:

  1. Excelente como siempre. Divulgando por todos los lados posible. De lo único que sirve STEM es como moda. Como tal pasará y nadie se acordará de ella.

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