31 de agosto de 2023

"Me pido primer" (a vueltas con el artículo 99 y la actuación del Rey)

Comunicado de la Casa del Rey (22 de julio)
  Comunicado de la Casa del Rey (3 de octubre)
  Artículo 99 de la Constitución Española)

"Me pido primer”, insistió Feijóo tras el disgusto de los resultados electorales del pasado 23 de julio. “Me pido según”, insistió Rajoy aquel 22 de enero de 2016 en que la Casa Real conjugó por primera vez el verbo declinar. Ninguno de los dos tenía asegurada una mayoría a su favor en el Congreso cuando se presentaron ante el Rey, pero Rajoy dijo que no quería y Feijóo dijo que sí. Felipe VI atendió a los deseos de los dos. Quizá para no desairar los caprichos de esa derecha que, en situaciones idénticas, unas veces se pide “primer” y otras “segun”.

Sobre los errores del Rey en relación con el artículo 99 de la Constitución he escrito otras veces. Ahora vuelvo al tema porque, a aquella innovación (in)constitucional en el uso del verbo declinar, la Casa Real ha añadido ahora una curiosa digresión sobre la costumbre en su creciente tendencia a explicar por escrito los actos del monarca.

Hace unos días se publicaron nuevas informaciones sobre la forma en que se desarrolló aquella reunión de hace siete años en la que uno ofreció lo que no debía ofrecer y otro declinó lo que no podía declinar. Según ha publicado El País, aquel encuentro fue bastante conflictivo y en él no solo participaron Felipe VI, como Rey de España, y Mariano Rajoy, como representante del grupo popular en el Congreso. También estuvo presente el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín. Según parece, hubo bastante tensión entre los tres: “El Rey y el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín, no esperaban esa reacción e intentaron que Rajoy reconsiderase su decisión y aceptase ser votado” (El País, 22 de agosto de 2023). De modo que el Rey no solo escuchó lo que el representante del grupo popular tuviera que decirle, sino que entró (o entraron) a discutir con Rajoy una propuesta que, según el artículo 99, solo puede adoptar él y únicamente debe ser comunicada a la Presidencia del Congreso. Por tanto, sobraba el tercer hombre en aquella reunión, ya que el Rey y la Casa Real son cosas distintas y el artículo 99 la Constitución solo alude al primero. Sobraba, también la comunicación por parte del Rey a ninguno de sus interlocutores acerca de la decisión que tomaría sobre el candidato elegido. Los grupos del Congreso deben conocer tal decisión después de finalizada la ronda de reuniones. Y no por el Rey sino por la Presidencia de aquel, que es quien debe conocerla en primer lugar. Sobraba también cualquier diálogo o controversia sobre este tema que, de surgir, tendría ya una naturaleza política, y esas son unas arenas que el Rey nunca debería pisar. Por eso, de la lectura artículo 99 de la Constitución cabe esperar que el Rey se vea a solas con cada uno de los representantes de los grupos políticos (los cuales ni siquiera han de ser necesariamente los candidatos) y, tras los breves intercambios de cortesía, solo les pregunte por las eventuales intenciones previas de su grupo parlamentario y, si acaso, sobre las expectativas que tienen acerca de la persona que, a juicio de cada uno ellos, podría tener más probabilidades de resultar elegido. Nada más que eso. Escuchar atentamente lo que tengan que decirle los representantes de los grupos y, después de oírlos a todos, adoptar la decisión que estime más conveniente y trasladársela a la Presidencia del Congreso. A nadie más

Pero de aquellos polvos estos lodos. Y lo que ahora recoge El País hace aún más relevante lo señalado en aquellos artículos sobre los importantes errores cometidos por Felipe VI en relación con el artículo 99.

Pero vayamos con la última decisión del Rey y la forma en que se justifica en el comunicado de la Casa Real. Tras la distribución de escaños obtenidos en las elecciones del 23 de julio estaba claro que solo los candidatos de dos grupos políticos tendrían posibilidades de optar a la Presidencia del Gobierno: el PP y el PSOE, ambos con un número de diputados muy inferior a la mayoría absoluta. Sin embargo, cuando el Rey convocó a los representantes de los grupos políticos ya se sabían dos cosas más: que el candidato del grupo popular tendría más votos negativos que afirmativos y que ese podría no ser el caso del candidato del grupo socialista. Sin embargo, el Rey decidió proponer como candidato al que se sabía que no tenía opciones de obtener la confianza del Congreso. Con ello ha demorado la presentación y el debate en el Congreso del programa de gobierno del candidato con más opciones de obtener su confianza y, quizá, la celebración de nuevas elecciones.

Sin tener necesidad de hacerlo, el Rey (en realidad la Casa Real) ha difundido por escrito los motivos de su decisión. Y de ese texto se desprende algo curioso: que una pretendida costumbre (proponer al candidato del grupo parlamentario con más escaños) tiene prioridad en la decisión del Rey sobre las expectativas efectivas de obtener la confianza del Congreso.

La mención a la pretendida costumbre es tan novedosa como peregrina. Que, desde la primera legislatura constitucional hasta la décima, el candidato haya sido el del grupo con más escaños solo se debe a que era también el que, presumiblemente, podría contar con más apoyos, como efectivamente sucedió en todos los casos. Por eso las decisiones del anterior Rey fueron fáciles y no hubo necesidad de segundas rondas de consultas. Pero confundir la conjunción entre grupo mayoritario y expectativas de éxito de su candidato con una relación causal o priorizar lo primero y convertirlo en “costumbre” para la propuesta, puede llevar a situaciones absurdas. Por ejemplo, en el caso de que hubiera una candidata, siguiendo ese peculiar razonamiento, el Rey debería proponer un candidato, aunque este tuviera menos probabilidades que aquella de obtener la confianza del Congreso, porque la “costumbre” de las anteriores legislaturas (incluida la undécima) había sido siempre proponer candidatos de sexo masculino (el asunto no debería parecernos demasiado surrealista si tenemos en cuenta que Felipe de Borbón es Rey precisamente porque su sexo es masculino). Lo cierto es que recibir a los representantes de los grupos siguiendo el orden de menor a mayor número de escaños no tiene base normativa, pero es una costumbre que no resulta problemática. Sin embargo, entender que el Rey debería proponer en primer lugar al último de los representantes recibidos en la ronda de consultas no sería una costumbre, sino un razonamiento extremadamente problemático.

No cabe duda de que Felipe VI lo ha tenido menos fácil que Juan Carlos I, pero la propuesta que ha de hacer a la Presidencia del Congreso no puede partir de la certeza de que ese candidato obtendrá la confianza de la cámara. Su decisión es tentativa, y posiblemente sucesiva, ya que el artículo 99 establece precisamente por eso la posibilidad de varias rondas de consultas con sus correspondientes propuestas. Por ello no parece prudente proponer en primer lugar a aquel del que se tiene más indicios de que no obtendrá la confianza del Congreso (en este caso, Feijóo) que a aquel otro con más probabilidades de obtenerla (en este caso, Sánchez). Y ello con independencia de su sexo o del tamaño de su grupo parlamentario. Pero quizá al Rey (o a la Casa Real) le resulte menos grato incomodar a una derecha que le hace peticiones (“me pido primer”, “me pido según”) que a una izquierda que no se las hace. Probablemente porque sabe que esta es menos irascible y más paciente.

Por otra parte, en el comunicado de la Casa Real se recoge otro motivo, además de la costumbre, para proponer a Feijóo y no a Sánchez. Me refiero al aludido tácitamente en la consideración Primera: “Los representantes de los grupos políticos con representación parlamentaria que han comparecido en el procedimiento…” Efectivamente, algunos grupos han decidido no acudir a estas entrevistas, de modo que el Rey no podía calibrar por completo los apoyos que podría llegar a tener Sánchez. Seguramente, en situaciones como esta debería preguntarse por la oportunidad y los efectos a largo plazo de aquel discurso del 3 de octubre de 2017 de tanto disgustó a tantos catalanes. No obstante, lo que el Rey, como cualquier español, ya sabía al convocar la primera ronda eran los rechazos que, a priori, tenía Feijóo, lo que, en su caso, debería llevarle a proponerlo en segundo lugar y no en el primero. Por lo demás, conviene repetir que nadie sabe efectivamente cuántos apoyos tendrá un candidato hasta que este presenta su programa de gobierno y es votado en el Congreso. Así que el Rey no propone al candidato ganador, sino que establece la prelación de los candidatos sobre los que se pronunciará el Congreso. Por cierto, sobre esto merece la pena recordar que en aquellos tiempos en que el Rey aceptaba declinaciones y dejaba pasar dos meses sin proponer nuevos candidatos al Congreso, Irlanda estaba en un trance similar y logró tener un nuevo gobierno sin convocar nuevas elecciones por el procedimiento constitucional de hacer sucesivos intentos por llegar a acuerdos entre los grupos parlamentarios.

Está claro que conforme avanza el siglo XXI la política española se hace más complicada institucionalmente. Por eso, el Rey (y la Casa Real) deberían medir bien sus actuaciones y evitar intervenciones (orales o por escrito) que puedan perjudicar más que beneficiar al país y a la propia institución. En este sentido, sobre un asunto diferente, pero no menos importante, también cabría preguntarse si el Rey (o la Casa Real) ha pensado bien la decisión de que su hija mayor siga tres años de formación militar y que, por tanto, desde este mes de agosto hasta el verano de 2026, su principal entorno de socialización sea el castrense. Sin duda, esa es una costumbre muy masculina de nuestra monarquía en la que, por cierto, fue determinante en el pasado la voluntad de Franco. Pero, en vez de imponer a la princesa esa vieja costumbre tan masculina, quizá no habría estado mal escuchar su opinión sobre el tema. Al fin y al cabo, Leonor Borbón Ortiz será la reina de España del siglo XXI y en solo dos meses será mayor de edad.

 

PD. 1:

3 de octubre de 2023

Tras el anunciado fracaso del candidato Feijóo, el Rey ha llevado a cabo una segunda ronda de consultas tras la que ha propuesto a la presidenta del Congreso el nombre de Pedro Sánchez como candidato a la presidencia del Gobierno. Y, siguiendo la curiosa costumbre que se ha autoimpuesto, la Casa Real ha hecho también público un comunicado que no solo informa de ello, sino que lo explica con cuatro consideraciones numeradas. Casi mejor no entrar en ellas. Pero sí convendrá reparar en un detalle que, aunque no se explicita en los comunicados ni figura en el artículo 99, podría iniciar otra nueva costumbre. Me refiero al orden en que son recibidos los representantes de los grupos con representación parlamentaria. Igual que en la ocasión anterior, nuevamente ha sido Feijóo el último en ser recibido (supongo que después de que Felipe VI le anticipara a Pedro Sánchez su intención de proponer su nombre como candidato, siguiendo otra costumbre que he cuestionado otras veces). Pero ¿qué pintaba Feijóo en ese puesto?, ¿se trataba de recordar a Pedro Sánchez que el más meritorio era el ya fracasado?, ¿o sería una forma de humillar y hacer escarnio del pobre Feijóo recibiéndole (para nada) tras todos los demás? Creo que habría sido mejor que, siendo el primero en número de escaños y en fracasar como candidato, ahora hubiera sido recibido también en primer lugar. Primero de todo, para que el monarca le agradeciera cortésmente su papel. Y, en segundo lugar, para evitar la imagen de que, también en esta segunda ronda, la suya ha sido la última palabra que ha escuchado el Rey.

 

PD. 2:

7 de octubre de 2023

El próximo 31 de octubre la Princesa cumplirá 18 años. Y ese día acudirá al Congreso para jurar la Constitución. Sin embargo, hoy 7 de octubre, Leonor Borbón Ortiz (al parecer fue ella la que pidió que en su uniforme militar figuraran los dos apellidos y no solo el de su padre) ha hecho un juramento solemne ante la bandera. Tras hacerlo, su padre se ha dirigido a ella y le ha dicho lo siguiente “Leonor, recuerda que el compromiso que has asumido conlleva la mayor responsabilidad con España. Sabes bien, como princesa heredera, que la Corona simboliza su unidad y permanencia”. La pregunta concreta del juramento que le ha hecho a los cadetes (también a la Princesa) el director de la Academia Militar General de Zaragoza, el general Manuel Pérez López, es esta: “¿Juráis o prometéis por vuestra conciencia y honor cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si fuera preciso, entregar vuestra vida en defensa de España?” A la que los cadetes (también la Princesa) han respondido “Sí, lo hacemos”. Y a continuación, uno a uno, han besado la bandera.

O sea que la Princesa ha jurado “guardar y hacer guardar la constitución” ante un militar antes que ante el Congreso. Y eso justo a continuación de comprometerse a cumplir fielmente las obligaciones militares. Que el acto militar de Zaragoza haya sido previo al acto institucional del Congreso da qué pensar sobre la prelación con que la Corona entiende su vinculación con España, con el ejército y con la Constitución. En este sentido, las palabras del Rey en Zaragoza merecerían ser analizadas con más atención. Pero, respecto a Leonor Borbón Ortiz, casi mejor que la cosa haya sido así. Ese juramento lo ha hecho siendo menor de edad y, dada la costumbre militar que últimamente se va extendiendo de promover juramentos en edades postreras, cabe interpretarlo como una ceremonia poco relevante en la que pueden participar menores y que, quien sabe, también podría anticiparse, casi como un juego, a edades preadolescentes o infantiles.

Pero la guerra no es un juego de niños y la futura Reina de España ha tenido que jurar por primera vez la Constitución al mismo tiempo que las obligaciones militares y ha hecho ambas cosas en el ámbito castrense antes que ante los representantes de la soberanía del pueblo español. Supongo que desde agosto le habrán enseñado a usar armas, es decir, a matar. Yo no puedo asegurar que eso haya sido así, porque fui objetor de conciencia y, por fortuna, no tuve ninguna instrucción militar. Pero me habría gustado que Leonor Borbón Ortiz, la futura Reina de España, no hubiera tenido que aprender esas cosas. Ni jurar por vez primera la Constitución en una academia militar.

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