(Publicado en Escuela el 21 de noviembre de 2017)
Vamos a imaginar que queremos innovar en el aula. Y
hacerlo en una materia cualquiera y en el tiempo lectivo ordinario. Empezaremos
por repensar algunas cosas. Por ejemplo, nuestra relación con el currículo y nuestra
manera de entender la organización del aula.
Sea como sea el currículo prescrito no podemos aceptar que todo lo demás quede proscrito. Por ejemplo, las controversias, los problemas cotidianos y los temas social y ambientalmente relevantes. En la vida el conocimiento suele estar entreverado con los valores y la información con los intereses. Sin embargo, los boletines oficiales y los libros de texto destilan lo conceptual para neutralizar lo axiológico. Y esa no es la mejor manera de educar para la vida. Ni de organizar los contenidos que pueden y deben ser tratados en el aula.
Así que imaginaremos que podemos seleccionar unos pocos temas para trabajar en nuestra clase. Todos ellos ética y socialmente relevantes y con una formulación que no dependa solo de las inercias normativas. Para elegirlos tendremos en cuenta que no resulten redundantes y que hagan razonable el periplo formativo de nuestros alumnos. Así que no presupondremos coherencia en el currículo prescrito, sino que la buscaremos en nuestras decisiones sobre el que llevaremos al aula.
Sea como sea el currículo prescrito no podemos aceptar que todo lo demás quede proscrito. Por ejemplo, las controversias, los problemas cotidianos y los temas social y ambientalmente relevantes. En la vida el conocimiento suele estar entreverado con los valores y la información con los intereses. Sin embargo, los boletines oficiales y los libros de texto destilan lo conceptual para neutralizar lo axiológico. Y esa no es la mejor manera de educar para la vida. Ni de organizar los contenidos que pueden y deben ser tratados en el aula.
Así que imaginaremos que podemos seleccionar unos pocos temas para trabajar en nuestra clase. Todos ellos ética y socialmente relevantes y con una formulación que no dependa solo de las inercias normativas. Para elegirlos tendremos en cuenta que no resulten redundantes y que hagan razonable el periplo formativo de nuestros alumnos. Así que no presupondremos coherencia en el currículo prescrito, sino que la buscaremos en nuestras decisiones sobre el que llevaremos al aula.
Pero los temas o los focos no es lo único que
deberemos modificar del currículo. También deberemos cambiar nuestras
expectativas sobre lo que es posible hacer en un aula. Para ello renegaremos de
que la ordenación por defecto deba ser algo tan defectuoso como esas filas dispuestas hacia una tarima que, aunque
ya no exista, sigue imponiendo su ley en el aula. En la nuestra haremos que los
alumnos trabajen habitualmente en equipos y sean frecuentes las puestas en
común y los debates. Así que distribuiremos algunos roles para que los alumnos
puedan desempeñarlos por grupos.
Por ejemplo, unos equipos podrán acercarse al tema que tratemos haciendo investigaciones conceptuales en las que leer, pensar, razonar, comparar, contrastar e informarse sean cosas cotidianas y se hagan de manera compartida. A esos equipos los podemos llamar de investigación conceptual.
También podrá haber otros equipos que tratarán el mismo tema haciendo sobre él investigaciones empíricas. Es decir, estudios de campo, encuestas de percepción, entrevistas a expertos u otros actores implicados. Cosas no muy distintas a las investigaciones propias de las ciencias sociales. Así que esos equipos de investigación empírica aportarán datos o informaciones más inmediatas sobre el tema que estemos tratando.
Pero, además de informaciones, opiniones y datos, los temas relevantes también son susceptibles de acercamientos estéticos. Y esos serán los que presidan el trabajo de los alumnos que se integren en los equipos de investigación creativa. Ellos intentarán sensibilizarnos y hacernos reflexionar a través de propuestas tan interesantes como escenificaciones, cómics, canciones, programas de radio u otras muchas ideas que aportarán una dimensión más creativa al tema que estemos tratando.
La clase se nos complica, así que habrá que tener a alguien que ponga orden en todo esto y armonice los trabajos. Eso suele hacerlo el propio docente, pero aprender a organizar una investigación diversa y compartida es del mayor interés en una educación que, además de emprendedores, quiere formar ciudadanos. Así que, en el centro de la clase situaremos al equipo que se encargará de la coordinación de la clase. Ese equipo crucial será el que levante actas o haga relatorías, el que fije plazos, el que haga el seguimiento de todos los trabajos y también el que dinamice las puestas en común y los debates.
La nuestra es una clase cooperativa en la que todos investigan sobre lo mismo pero desde distintas perspectivas. Así que será importante ordenar las exposiciones que harán los equipos cuando concluyan sus trabajos, las puestas en común posteriores y el debate abierto en el que primero discutiremos y luego intentaremos llegar a algunas conclusiones compartidas sobre el tema que hemos tratado.
Así abordaremos el trabajo sobre un asunto concreto de una forma dialógica y cooperativa. Pero un tema no agota un curso. Así que en el siguiente cambiaremos los papeles. Los del equipo de coordinación que lideró el trabajo de toda la clase se dedicarán en el nuevo tema a hacer una investigación empírica. Los que hicieron una investigación creativa quizá puedan encargarse ahora de preparar una conceptual sobre este nuevo tema. Y los del equipo de investigación conceptual quizá podrán ser los que coordinen la clase.
Y así con esa rotación entre temas y funciones podremos ir variando y compartiendo los roles que todos los alumnos van teniendo en nuestra clase. Si elegimos cuatro grandes temas para un curso todos habrían pasado también por cuatro maneras distintas de acercarse a la investigación sobre ellos.
Para que todo esto funcione tendremos que cambiar algunas cosas. En primer lugar, nuestra percepción de ese techo de cristal que es para muchos el currículo prescrito. En segundo lugar, las relaciones que se generan en el espacio del aula si no se piensan y deciden otras formas de habitarlo. Pero también tendremos que impugnar nuestras inercias evaluadoras. Romper la tendencia a reducir la evaluación a la calificación y esta a la cuantificación. Suponer que evaluar no ha ser solo eso, sino dar valor a las cosas. A nuestros alumnos, a lo que ellos hacen y también a lo que hacemos nosotros. Evaluar es dar valor y eso es algo que no es fácil de hacer si no hay valores expresos en el aula: en la ordenación del currículo y en las maneras de usar el tiempo. Así que, igual que en la vida, no serán los exámenes los detectores infalibles de la verdad evaluadora. Por tanto, valoraremos lo que se hace cotidianamente: los resultados del trabajo de cada equipo, las exposiciones públicas, las puestas en común y también los debates. Así que valoraremos mucho la acción y la participación. No solo la paciencia y docilidad para sobrevivir a los exámenes.
Muchos pensarán que todo esto tiene mucho que ver con los trabajos por proyectos y con el aprendizaje cooperativo. Con todas esas cosas que últimamente parecen modernas y deseables si quienes las promueven son los jesuitas o los finlandeses. Sin embargo, no son cosas de ahora. Algunos las defendemos desde hace mucho tiempo. Lo hacíamos en aquellos años en que estaba más de moda repudiar la LOGSE y en general cualquier innovación educativa. Así que lo que describen los párrafos anteriores han sido para nosotros formas cotidianas de trabajo en el aula desde hace mucho tiempo. La llamábamos Comunidad de Investigación Solidaria y comenzamos a trabajar de ese modo hace ahora veinticinco años.
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