(Escrito el 13 de diciembre de 2011)
He tenido un sueño. En mi ciudad, Avilés, ocurría un milagro. Oscar Niemeyer, el genial arquitecto brasileño de las curvas blancas, nos regalaba unos bellos edificios para la cultura y una gran plaza para el encuentro entre las personas.
En mi sueño ese sueño se hacía realidad. Una noche de marzo Woody Allen y su banda inauguraban esa plaza ante más de diez mil personas. El neoyorquino era el encargado de hacer la primera programación de cine en versión original del Centro Niemeyer. Por él aparecían gentes como Julian Schnabel, Jessica Lange, Volker Schlöndorff, Isabel Coixet o Wim Wenders. Carlos Saura inauguraba la maravillosa cúpula con una exposición que, tratándose de Saura y tratándose de un nacimiento, tenía que llamarse Luz. También venían otros grandes para diferentes gustos: Yo-Yo Ma, Paco de Lucía, Gilberto Gil, Joan Manuel Serrat, Enrique Morente, Avishai Cohen, Luz Casal, John Mayal, Paquito D’Rivera, Chano Domínguez.... En mi sueño el Centro Niemeyer era un nodo cultural de primer nivel internacional que también estaba abierto a los creadores locales: Niemeyer by Fontela era la segunda exposición en la cúpula. En la sala de cine todos los días había proyecciones en versión original de grandes clásicos y también estrenos actuales y ciclos relacionados con las demás actividades del centro. Debajo del auditorio había un club para conciertos más íntimos de jazz y otras músicas. También se hacían en el Centro Niemeyer congresos, cumbres, actos públicos de organizaciones internacionales en los que Ban Ki-moon desde la ONU o Enrique Iglesias desde la SGIB nos saludaban por videoconferencia. El New York Times organizaba aquí uno de sus fines de semana culturales por primera vez en Europa. El carácter abierto y plural del Centro Niemeyer permitía que un día pudiéramos escuchar a Felipe González hablando del futuro de Europa y otro asistir a la presentación del último libro de Sánchez Dragó. Miles de escolares participaban gratuitamente en distintas actividades y algunos de ellos recibían clases de teatro de actores del Old Vic. Nuestros jóvenes se encontraban cara a cara con los grandes de la cultura y conversaban con ellos. En mi sueño personas de todas las edades iban cada día a la gran plaza del Niemeyer para disfrutar de lo que allí pasaba o simplemente para disfrutar pasando por allí. Esta pequeña ciudad de ochenta mil habitantes y esta región de apenas un millón estaban pletóricas. Llegaban gentes de todo el mundo que llenaban nuestros hoteles y animaban nuestras calles. A finales del verano muchos venían a ver el magnífico Ricardo III de Sam Mendes que interpretaba Kevin Spacey aquí en Avilés. La prensa internacional se hacía eco de ello y se deshacía en elogios hacia el Centro Niemeyer. El sueño seguía con María Pagés que estrenaba aquí su Utopía inspirada en la obra del propio arquitecto centenario. Pero la evocación de la maldad de Ricardo III no parecía dejar que continuara este sueño utópico y de pronto surgió la pesadilla.
Éramos miles los asturianos que
nos echábamos a la calle para defender el centro Niemeyer. En Avilés se hablaba
del espíritu Niemeyer y recibíamos el aliento y el apoyo de gentes de todo el
mundo. El propio arquitecto centenario nos escribía una carta en que se
solidarizaba con nosotros y elogiaba a los gestores del centro. Kevin Spacey
hacía lo mismo cuando le entrevistaba la prensa británica. Sabíamos que esta
lucha era la de tantas veces: la de la defensa de la cultura universal y la
creatividad contra quienes detestan la primera y quieren controlar la segunda.
Nuestro sueño se debatía contra su pesadilla.
Cuando desperté el Centro
Niemeyer todavía estaba allí. Pero el dinosaurio lo asediaba.
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